Babel
Javier Hernández Alpízar
¿Qué es el dinero?
Fantomas formaba parte de una generación del llamado, posterior y anacrónicamente, “cómic mexicano”, junto a héroes menos cleptómanos y más ortodoxos como Chanoc, Kalimán y Águila Solitaria. Parte de la diversión de los escritores era meter en sus guiones charadas literarias o seudoliterarias y filosóficas o seudofilosóficas. Además de ser precursores de las lujurias de algunos preadolescentes (el secreto era que a falta de modelos, los dibujantes se inspiraban en las fotos y películas de modelos y actrices famosas; morirían los fanáticos del derecho de imagen si averiguaran el provecho que esos dibujantes y empresarios del “cuento” sacaron sin pagar un céntimo de regalías…), la consecuencia era que los lectores de cuentos- cómics como Fantomas leíamos algunas veces reflexiones incipientes no carentes de interés.
Recuerdo un número de Fantomas que dedicaba algunas páginas y cuadros a una interrogante del ladrón: ¿qué es el dinero? No diré que gracias a esa lectura decidí estudiar filosofía ni que me afilié al Partido Comunista a la semana siguiente, pero puedo jurar que fue la primera vez en la vida que pensé en el tema y me hice, con Fantomas (un héroe del fetichismo burgués que se muerde la cola) esa pregunta. Recuerdo vagamente que entre las explicaciones teóricas que brevemente exponía Fantomas estaba la más conocida y creída por los adoradores del Dios dinero (casi toda la humanidad excepto dos o tres franciscanos de la Edad Media): lingotes de oro en una bóveda del Departamento del Tesoro respaldan la leyenda impresa en el billete o la moneda (“a la vista al portador”) que lo representan. Monetarismo y fetichismo del oro. Si entre las teorías explicadas por Fantomas venía la de Marx, no lo recuerdo, pero lo dudo, o quizá venía, pero yo era demasiado joven para entenderlo: no había tenido mi primer trabajo asalariado para que una explicación de Marx me recordara mi biografía de proletario a la mexicana. Además, algo me dice que hasta esas publicaciones pasaban por la censura de Gobernación. En fin que sobre Marx, caricaturizado en toda la extensión de la palabra, leíamos a Rius.
Pero más allá de la explicación de Marx (con los recursos literarios del autor, que ya sabemos era léido y escrébido), siempre una reflexión más narrativa, más contada, más en la historia de los seres humanos de carne y hueso, es lo que nos puede ayudar a preguntarnos y a tratar de comprender o al menos palpar el misterio del dinero; siempre y cuando no se trate de un autor adorador del Becerro de Oro, porque entonces no hará sino inocularnos más del fetichismo de la mercancía, el fetichismo del dinero y del oro que ya de por sí nos pesa como presión atmosférica ideológica.
Dino Buzzati hace sentir algo del horror sagrado que el dinero puede inspirar cuando se sospecha que proviene de donde proviene: el despojo, la rapiña, el robo y el crimen, todo eso que podemos llamar con una palabra tan aparentemente neutral: “capitalismo”, cuando en su cuento “El saco embrujado” nos hace aparecer la fortuna ostentosa (y ostentable) como fruto de la sangre ajena y la venta de la propia alma al mismo demonio (el amo del mundo y presidente del Banco Mundial y sucursales). Pero una reflexión más terrenal, menos teológica y más complejamente moral, humana y a ras de barrio es la que hace Ricardo Piglia en su novela Plata quemada.
En la novela de Ricardo Piglia Plata quemada un grupo de ladrones argentinos da su mejor golpe: roban el dinero de la nómina de una oficina municipal y en la huída llegan a Uruguay, pero el largo brazo de la ley los va siguiendo, los encuentra por una delación de un vendedor de comida que denuncia compras sospechosas de unos tipos raros. La policía los acorrala en un departamento (elección errónea, una ratonera y hasta con micrófonos que captan los diálogos de los cacos, parte de cuyas grabaciones sirvió a Piglia para reconstruir los hechos y escribir su novela) y los masacra. Los prófugos resisten hasta el último hombre, mueren casi todos, tras un asalto masivo de policías con gran parafernalia y transmisión por radio y televisión que acaparan la atención de la sociedad.
En un momento de sana iconoclastia queman los billetes, el dinero, y lo tiran a la calle ardiendo, para mostrar que la policía no recuperará el botín. Entonces el clamor social se alza. La policía concluye que deben ser de los más malos, porque jamás habían presenciado tamaño agravio a la moral y las leyes: quemar el dinero. La sociedad comienza a decir que aun podían haber mostrado tener corazón si hubieran dicho que deseaban donar el dinero a gente pobre, pero quemarlo era demasiado, era monstruoso. A diferencia de Octavio Paz, quien terminó siendo premio Nobel de literatura y consentido de Televisa y del salinismo, estos argentinos que quemaron la plata terminaron muertos y con el anatema social sobre sus cadáveres. (En México, ¿alguna vez la opinión pública ha clamado para que repartan su dinero entre los pobres Slim, Azcárraga o Salinas?)
Pero ese es apenas el momento climático de la historia y por ello de la novela, mientras tanto, Piglia los ha ido mostrando con todas sus taras y con toda su humanidad: algunos tipos, y dos mujeres, llevados por la vida ruda, envilecedora, a la mala, al camino que los lleva a la muerte o al estigma social. Piglia vio a una sobreviviente y después de lo que ella le platicó decidió investigar y reconstruir la historia.
También aquí hay una reflexión sobre el dinero: no explica lo que es, lo muestra. Es causa de riqueza y miseria, de poder y opresión, de ambición y perdición, de vida y muerte, sobre todo de muerte, de mucha muerte. Es lo que verdaderamente respetan sus esclavos. Condenan al raterillo menor que se roba un dinero con el que pretende rehacer su vida en México o en Nueva York, incluso pueden justificar su asesinato “legal”, pero se someten al sumo sacerdote de su culto: el banquero, el financiero, el burgués.
Muchas veces no es clara la relación entre un epígrafe y un texto. En esta novela es clarísimo porqué Piglia usó como epígrafe la famosa pregunta de Bertolt Brecht: “¿Qué es robar un banco comparado con fundar uno?” El novelista no hace apología del crimen, lo que hace es ponerlo en su contexto: un crimen menor en el contexto de uno mucho mayor, el que ha endiosado el dinero en nuestra sociedad. Toda acumulación de dinero es un saco embrujado, toda fortuna viene de un crimen, toda violación al secreto sagrado y malvado del dinero es castigada con otro crimen.
Fantomas transita alegremente por la regalada vida de la fantasía y el fetichismo del dinero, como un falso rey Midas que puede robar el oro sagrado del Becerro impunemente, pero en la vida real el dinero mata. Sin saberlo, tal vez los ladrones de la novela de Piglia intentaban hacer un exorcismo, matar la causa que les quitaba la vida, el trabajo pasado, trabajo muerto que les impediría a la postre seguir vivos. Pero eso sería Marx, otra más compleja trama de la historia.
Fuente: Zapateando
Javier Hernández Alpízar
¿Qué es el dinero?
- 1. Fantomas, la amenaza elegante.
Fantomas formaba parte de una generación del llamado, posterior y anacrónicamente, “cómic mexicano”, junto a héroes menos cleptómanos y más ortodoxos como Chanoc, Kalimán y Águila Solitaria. Parte de la diversión de los escritores era meter en sus guiones charadas literarias o seudoliterarias y filosóficas o seudofilosóficas. Además de ser precursores de las lujurias de algunos preadolescentes (el secreto era que a falta de modelos, los dibujantes se inspiraban en las fotos y películas de modelos y actrices famosas; morirían los fanáticos del derecho de imagen si averiguaran el provecho que esos dibujantes y empresarios del “cuento” sacaron sin pagar un céntimo de regalías…), la consecuencia era que los lectores de cuentos- cómics como Fantomas leíamos algunas veces reflexiones incipientes no carentes de interés.
Recuerdo un número de Fantomas que dedicaba algunas páginas y cuadros a una interrogante del ladrón: ¿qué es el dinero? No diré que gracias a esa lectura decidí estudiar filosofía ni que me afilié al Partido Comunista a la semana siguiente, pero puedo jurar que fue la primera vez en la vida que pensé en el tema y me hice, con Fantomas (un héroe del fetichismo burgués que se muerde la cola) esa pregunta. Recuerdo vagamente que entre las explicaciones teóricas que brevemente exponía Fantomas estaba la más conocida y creída por los adoradores del Dios dinero (casi toda la humanidad excepto dos o tres franciscanos de la Edad Media): lingotes de oro en una bóveda del Departamento del Tesoro respaldan la leyenda impresa en el billete o la moneda (“a la vista al portador”) que lo representan. Monetarismo y fetichismo del oro. Si entre las teorías explicadas por Fantomas venía la de Marx, no lo recuerdo, pero lo dudo, o quizá venía, pero yo era demasiado joven para entenderlo: no había tenido mi primer trabajo asalariado para que una explicación de Marx me recordara mi biografía de proletario a la mexicana. Además, algo me dice que hasta esas publicaciones pasaban por la censura de Gobernación. En fin que sobre Marx, caricaturizado en toda la extensión de la palabra, leíamos a Rius.
Pero más allá de la explicación de Marx (con los recursos literarios del autor, que ya sabemos era léido y escrébido), siempre una reflexión más narrativa, más contada, más en la historia de los seres humanos de carne y hueso, es lo que nos puede ayudar a preguntarnos y a tratar de comprender o al menos palpar el misterio del dinero; siempre y cuando no se trate de un autor adorador del Becerro de Oro, porque entonces no hará sino inocularnos más del fetichismo de la mercancía, el fetichismo del dinero y del oro que ya de por sí nos pesa como presión atmosférica ideológica.
Dino Buzzati hace sentir algo del horror sagrado que el dinero puede inspirar cuando se sospecha que proviene de donde proviene: el despojo, la rapiña, el robo y el crimen, todo eso que podemos llamar con una palabra tan aparentemente neutral: “capitalismo”, cuando en su cuento “El saco embrujado” nos hace aparecer la fortuna ostentosa (y ostentable) como fruto de la sangre ajena y la venta de la propia alma al mismo demonio (el amo del mundo y presidente del Banco Mundial y sucursales). Pero una reflexión más terrenal, menos teológica y más complejamente moral, humana y a ras de barrio es la que hace Ricardo Piglia en su novela Plata quemada.
- 2. Plata quemada
En la novela de Ricardo Piglia Plata quemada un grupo de ladrones argentinos da su mejor golpe: roban el dinero de la nómina de una oficina municipal y en la huída llegan a Uruguay, pero el largo brazo de la ley los va siguiendo, los encuentra por una delación de un vendedor de comida que denuncia compras sospechosas de unos tipos raros. La policía los acorrala en un departamento (elección errónea, una ratonera y hasta con micrófonos que captan los diálogos de los cacos, parte de cuyas grabaciones sirvió a Piglia para reconstruir los hechos y escribir su novela) y los masacra. Los prófugos resisten hasta el último hombre, mueren casi todos, tras un asalto masivo de policías con gran parafernalia y transmisión por radio y televisión que acaparan la atención de la sociedad.
En un momento de sana iconoclastia queman los billetes, el dinero, y lo tiran a la calle ardiendo, para mostrar que la policía no recuperará el botín. Entonces el clamor social se alza. La policía concluye que deben ser de los más malos, porque jamás habían presenciado tamaño agravio a la moral y las leyes: quemar el dinero. La sociedad comienza a decir que aun podían haber mostrado tener corazón si hubieran dicho que deseaban donar el dinero a gente pobre, pero quemarlo era demasiado, era monstruoso. A diferencia de Octavio Paz, quien terminó siendo premio Nobel de literatura y consentido de Televisa y del salinismo, estos argentinos que quemaron la plata terminaron muertos y con el anatema social sobre sus cadáveres. (En México, ¿alguna vez la opinión pública ha clamado para que repartan su dinero entre los pobres Slim, Azcárraga o Salinas?)
Pero ese es apenas el momento climático de la historia y por ello de la novela, mientras tanto, Piglia los ha ido mostrando con todas sus taras y con toda su humanidad: algunos tipos, y dos mujeres, llevados por la vida ruda, envilecedora, a la mala, al camino que los lleva a la muerte o al estigma social. Piglia vio a una sobreviviente y después de lo que ella le platicó decidió investigar y reconstruir la historia.
También aquí hay una reflexión sobre el dinero: no explica lo que es, lo muestra. Es causa de riqueza y miseria, de poder y opresión, de ambición y perdición, de vida y muerte, sobre todo de muerte, de mucha muerte. Es lo que verdaderamente respetan sus esclavos. Condenan al raterillo menor que se roba un dinero con el que pretende rehacer su vida en México o en Nueva York, incluso pueden justificar su asesinato “legal”, pero se someten al sumo sacerdote de su culto: el banquero, el financiero, el burgués.
Muchas veces no es clara la relación entre un epígrafe y un texto. En esta novela es clarísimo porqué Piglia usó como epígrafe la famosa pregunta de Bertolt Brecht: “¿Qué es robar un banco comparado con fundar uno?” El novelista no hace apología del crimen, lo que hace es ponerlo en su contexto: un crimen menor en el contexto de uno mucho mayor, el que ha endiosado el dinero en nuestra sociedad. Toda acumulación de dinero es un saco embrujado, toda fortuna viene de un crimen, toda violación al secreto sagrado y malvado del dinero es castigada con otro crimen.
Fantomas transita alegremente por la regalada vida de la fantasía y el fetichismo del dinero, como un falso rey Midas que puede robar el oro sagrado del Becerro impunemente, pero en la vida real el dinero mata. Sin saberlo, tal vez los ladrones de la novela de Piglia intentaban hacer un exorcismo, matar la causa que les quitaba la vida, el trabajo pasado, trabajo muerto que les impediría a la postre seguir vivos. Pero eso sería Marx, otra más compleja trama de la historia.
Fuente: Zapateando
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