Por Acratosaurio Rex
Estaba
ayer abriendo la quijada hasta el infinito, mientras escuchaba un mitin
de lo mal que está todo, cuando un joven de unos diecisiete años, se
pone a mi lado y me pregunta con marcado acento de p’ahí…
— ¿Qué es esto señor?
— Una protesta.
— ¿Son comunistas?
— Algo parecido… ¿Cómo te llamas?
— Soy Flavio, el Transilvano.
— Yo soy Rex el de Torremurillo.
— Hola Rex. A mí el comunismo no me gusta.
— Ajá.
— En el comunismo uno tiene que estar callado. Es la tiranía. Hablas y pum, a la cárcel.
— Ajá.
— En cambio en la democracia uno puede hablar todo lo que quiera.
— Pues...
— Pero como todo el mundo habla, cada
cual está pendiente de lo que dice él mismo. Nadie escucha. Solo espera a
hablar. Hay tanta palabra que no vale nada. El Gobierno no hace caso.
Es como el comunismo. Otra tiranía.
— Ya.
— En el comunismo todo el mundo guarda
silencio. Por eso cuando uno habla, esa palabra se escucha. No vale nada
para el gobierno pero se escucha. En una democracia puedes hablar, no
se te escucha, no vale nada tu palabra.
— Ah.— El silencio es un tesoro. Permite escuchar.
— Ajá.
— Yo no creo en la democracia. En la democracia yo voto, y otra persona vota, y anula mi voto. No vale nada. Gente desgraciada. En comunismo puedes comer, tener casa, pero estar callado. La gente no está contenta…
— Ya. Poder comer, beber y hablar a la vez es el paraíso, lo malo es que uno se atraganta haciendo todo eso junto.
— Bueno señor, muy agradable charlar con usted. Pero tengo que ver a tía mía.
— Ya.— Es mujer terrible. Habla mucho. No me entiende. Piensa que soy extraterrestre. Adiós señor Rex.
— Adiós Flavio. Que seas feliz en la
vida. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo
que es de nadie es de uno.
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