viernes, 10 de mayo de 2013

Estatutos secretos de la Alianza: Programa y objeto de la Organización Revolucionaria de los Hermanos Internacionales.

Bakunin...un auténtico visionario.
Chequen los 11 puntos que propone en comparación con la mierda reformista y socialdemocrata barata actual.
Koan

Visiblemente este texto viene a ser un complemento de “Programa de la Sociedad de la Revolución Internacional” del mismo año. Se puede ver que Bakunin propone la forma federativa de comunas, tres años antes de la Comuna de París.

Frank Mintz.


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1. Los principios de esta organización son los mismos que los del programa de la alianza internacional de la democracia socialista. Están expuestos de modo aún más explícito, en relación con las cuestiones de la mujer, de la familia religiosa y jurídica y del Estado, en el programa de la democracia socialista rusa.

El Buró central prevé por lo demás entregar pronto un desarrollo teórico y práctico más completo.

2. La asociación de los Hermanos Internacionales quiere la revolución universal, social, filosófica, económica y política a la vez, para que del orden actual de las cosas, basado en la propiedad, la explotación, la dominación y el principio de la autoridad -ya sea religiosa, ya sea metafísica y de modo burgués doctrinaria, hasta jacobinamente revolucionaria-, no quede en toda Europa primero, y luego en el resto del mundo, ni una piedra sobre otra, al grito de paz a los trabajadores, libertad a todos los oprimidos, y muerte a los dominadores, explotadores, y a los tutores de todo tipo. Queremos destruir todos los Estados y todas las iglesias, con todas sus instituciones y leyes religiosas, políticas, jurídicas, financieras, policiales, universitarias, económicas y sociales, para que todos esos millones de pobres seres humanos, engañados, avasallados, angustiados, explotados, ya libertados de todos sus directores y bienhechores oficiales y oficiosos, asociaciones e individuos respiren al fin con una completa libertad.

3. Convencidos de que el mal individual y social radica mucho menos en los individuos que en la organización de las cosas y en las posiciones sociales, seremos humanos, tanto por sentimiento de justicia como por cálculo de utilidad, y destruiremos sin piedad las posiciones y las cosas para poder, sin peligro alguno para la Revolución, perdonar a los hombres. Negamos el libre albedrío y el supuesto derecho de la sociedad a castigar (1). La misma justicia, tomada en el sentido más humano, más amplio, es únicamente, por así decirlo, negativa y de transición. Ella señala la única vía posible de la emancipación humana, o sea la humanización de la sociedad por la libertad en la igualdad. La solución positiva sólo podrá ser dada por la organización cada vez más racional de la sociedad. Esta solución tan deseada, el ideal nuestro, es la libertad, la moralidad, la inteligencia y el bienestar de cada uno por la solidaridad de todos: la humana fraternidad.

Todo individuo humano es el producto involuntario de un medio natural y social en cuyo seno nació, se desenvolvió y del que sigue recibiendo la influencia. Las tres grandes causas de toda inmoralidad humana son: la desigualdad tanto en el ámbito político como económico y social; la ignorancia que es el resultado natural, y su consecuencia necesaria: la esclavitud (2).

Siendo siempre y por doquier la organización de la sociedad la única causa de los crímenes cometidos por los hombres, es una hipocresía o un absurdo evidente de parte de la sociedad castigar a los criminales, puesto que cada castigo supone la culpabilidad y los criminales nunca son culpables. La teoría de la culpabilidad y del castigo provienen de la teología, es decir del casamiento del absurdo con la hipocresía religiosa.

El único derecho que se puede reconocer a la sociedad en su estado actual de transición, es el derecho natural de asesinar a los criminales producidos por ella misma por su propia defensa; y no el de juzgarles y condenarles. Ese derecho ni siquiera lo es un en la estricta acepción de esa palabra; será antes un hecho natural, entristecedor pero inevitable, firmado y producido por la impotencia y la estupidez de la sociedad actual; y cuanto más sepa la sociedad evitar el uso de tal derecho, más cerca estará de su emancipación real. Todos los revolucionarios, los oprimidos, las sufridas víctimas de la organización actual de la sociedad, cuyos corazones están por supuesto llenos de venganza y odio, deben acordarse de que los reyes, los opresores, los explotadores de todo tipo son tan culpables como los criminales procedentes de la masa popular: son delincuentes pero no culpables, dado que son también como los criminales ordinarios, productos involuntarios de la organización actual de la sociedad. No habrá que extrañarse si desde el primer momento el pueblo insurrecto mate a muchos de ellos. Será una desgracia inevitable quizás, tan fútil como los estragos causados por una tempestad.

Pero ese hecho natural no será ni moral, ni siquiera útil. Al respecto, la historia está llena de enseñanzas: la terrible guillotina de 1793 que no se puede acusar ni de que fue perezosa ni lenta, no logró destruir a la clase nobiliaria en Francia. La aristocracia no fue completamente destruida, pero sí profundamente sacudida, no por la guillotina, sino por la confiscación y la venta de sus bienes. Y en general se puede decir que las matanzas políticas nunca mataron los partidos; resultaron sin efecto contra las clases privilegiadas, por radicar el poder mucho menos en los hombres que en las posiciones dadas a los hombres privilegiados por la organización de las cosas, o sea la institución del Estado, y su consecuencia tanto como su base natural, la propiedad individual.

Para hacer una revolución radical, hay que atacarse por lo tanto a las posiciones y a los cosas, destruir la propiedad y el Estado. Y entonces no se necesitará destruir a los hombres, y condenarse a la reacción infalible e inevitable que nunca dejó y no dejará nunca de producir en cada sociedad: la masacre de los hombres.

Pero para tener el derecho de ser humano para con los hombres, sin peligro para la revolución, habrá que ser despiadado con las posiciones y las cosas; habrá que destruirlo todo, sobre todo y ante todo la propiedad y su inevitable corolario, el Estado. Este es todo el secreto de la revolución.

No hay que asombrarse si los jacobinos y los blanquistas que se convirtieron en socialistas antes por necesidad que por convicción, y para quienes el socialismo es un medio, no el objetivo de la Revolución, puesto que quieren la dictadura, o sea la centralización del Estado y que el Estado les llevará por una necesidad lógica e inevitable a la reconstitución de la propiedad ; es muy natural, decimos, que por no querer hacer una revolución radical contra las cosas, sueñen con una revolución sanguinaria contra los hombres. Pero esta revolución sanguinaria basada en la construcción de un Estado revolucionario poderosamente centralizado tendría como resultado inevitable, como lo probaremos más tarde, la dictadura militar para un nuevo amo. Por consiguiente el triunfo de los jacobinos o de los blanquistas sería la muerte de la Revolución.

4. Somos los enemigos naturales de esos revolucionarios, futuros dictadores, reglamentadores y tutores de la revolución, que, incluso antes de que estén destruidos los Estados monárquicos, aristocráticos, y burgueses actuales, ya tienen el sueño de la creación de Estados revolucionarias nuevos, tan centralizadores y más despóticos que los Estados que existen hoy día. Dichos revolucionarios tienen una tan gran costumbre del orden creado por alguna autoridad desde arriba y tan gran horror a lo que les parece los desórdenes, que no son sino la franca y natural expresión de la vida popular, que aún antes de que se haya producido por la revolución un buen y saludable desorden, ya están soñando con el fin y el amordazamiento con la acción de alguna autoridad que de revolución sólo tendrá el nombre, pero que en efecto no será nada más que una nueva reacción dado que será ya una nueva condena de las masas populares, gobernadas por decretos, al obedecimiento, a la inmovilidad, a la muerte, o sea a la esclavitud y la explotación por una nueva aristocracia casi revolucionaria.

5. Comprendemos la revolución en el sentido del desencadenamiento de lo que se llama hoy en día las malas pasiones, y de la destrucción de lo que con el mismo estilo se llama “el orden público”.

No tememos, sino que invocamos la anarquía, convencidos que de esta anarquía, o sea la manifestación completa de la vida popular desencadenada, debe salir la libertad, la igualdad, la justicia, el orden nuevo, y la fuerza misma de la Revolución contra la Reacción. Esta vida nueva – la revolución popular – no tardará sin duda alguna en organizarse, pero creará su organización revolucionaria desde abajo hacia arriba y desde la circunferencia hasta el centro, de acuerdo al principio de la libertad, y no de arriba abajo, ni del centro a la circunferencia según el modo de cualquier autoridad. Poco nos importa que esta autoridad se llame Iglesia, Monarquía, Estado constitucional, República burguesa, o incluso dictadura revolucionaria. Las detestamos y rechazamos por igual, por ser fuentes infalibles de explotación y despotismo.

6. La revolución tal como la entendemos deberá desde el primer día destruir radical y completamente el Estado y todas las instituciones del Estado. Las consecuencias naturales y necesarias de estas destrucciones serán:

a) La bancarrota del Estado;

b) El cese del pago de las deudas privadas por la intervención del Estado, dejando a cada deudor el derecho de pagar las suyas, si lo desea;

c) El cese de los pagos de todo tipo de impuestos y de la deducción de todas las contribuciones, ya sea directa, ya sea indirectas;

d) La disolución del ejército, de la magistratura, de la burocracia, de la policía y de las cárceles;

e) La abolición de la justicia oficial, la suspensión de cuanto jurídicamente se denominaba derecho, y del ejercicio de esos derechos. Por tanto, abolición y quema de todos los títulos de propiedad, actos de herencia, venta, donación, todos los procesos, en una palabra, de todo el papeleo jurídico y civil. Por todas partes y en todo, el hecho revolucionario en lugar del derecho creado y garantizado por el Estado;

f) La confiscación de todos los capitales productivos e instrumento de trabajo a favor de las asociaciones de trabajadores, que deberán hacerlas producir colectivamente;

g) La confiscación de todas las propiedades de la Iglesia y del Estado así como los metales preciosos de los individuos para la alianza federativa de todas las asociaciones operarias, Alianza que constituirá la Comuna.

En compensación por los bienes confiscados la Comuna dará lo estricto necesario a todos los individuos así despojados, que podrán más tarde por su propio trabajo ganar más si lo pueden y si lo quieren;

h) Para la organización de la Comuna, la Federación de las barricadas en permanencia y la función de un Consejo de la Comuna revolucionaria por la delegación de uno o dos diputados por cada barricada, uno por calle o por barrio, diputados investidos de mandatos imperativos, siempre responsables y siempre revocables. Así organizado el Consejo Comunal, podrá elegir en su seno comités ejecutivos, separados para cada rama de la administración revolucionaria de la Comuna.

i) Declaración de la capital insurrecta y organizada en Comuna que tras haber destruido al Estado autoritario y tutelar, lo que tenía el derecho de hacer por ser su esclavo, como todas las otras localidades, renuncia a su derecho, o antes a cualquier pretensión de gobernar, de imponerse a las provincias.

k) Llamamiento a todas las provincias, comunas, y asociaciones, dejándolas a todas seguir el ejemplo dado por la capital de reorganizarse revolucionariamente primero, y delegar luego, en un punto de reunión convenido, a sus diputados, todos también, investidos de mandatos imperativos, responsables y revocables, para constituir la Federación de las asociaciones, comunas, y provincias insurrecta en nombre de los mismos principios, y para organizar una fuerza revolucionaria capaz de triunfar de la reacción. Envío no de mandatarios revolucionarios oficiales con todo tipo de medallas, sino propagadores revolucionarios a todas las provincias y comunas, sobre todo entre los campesinos que no podrán ser revolucionados ni por los principios, ni por los decretos de alguna dictadura, sino únicamente por el mismo hecho revolucionario, o sea las consecuencias que producirá infaliblemente en todas las comunas el cese total de la vida jurídica, oficial del Estado. Abolición del Estado nacional otra vez en el sentido de que todo país extranjero, provincia, comuna, asociación o incluso individuo aislado, que se hayan levantado en nombre de los mismos principios, serán recibidos en la federación revolucionaria sin preocupación por las fronteras actuales de los Estados y aunque pertenezcan a sistemas políticos o nacionales diferentes, y las propias provincias, comunas, asociaciones, individuos que tomen el partido de la Reacción estarán excluidos. Es por tanto por el mismo hecho de la propagación y organización de la revolución para la defensa mutua de los países insurrectos cómo triunfará la universalidad de la revolución fundada en la abolición de las fronteras y en la ruina de los Estados.

7. No puede haber ya revolución ni política, ni nacional triunfante a menos que la revolución política se transforme en revolución social, y la revolución nacional, precisamente por su carácter radicalmente socialista y destructivo del Estado, se convierta en la revolución universal.

8. Dado que la revolución la deberá hacer por todas partes el pueblo, y puesto que la suprema dirección tiene que quedar siempre en el pueblo organizado en federación libre de asociaciones agrícolas e industriales, el Estado revolucionario y nuevo, organizándose de abajo arriba por la vía de la delegación revolucionaria y abarcando a todos los países insurrectos en nombre de los mismos principios sin preocupación por las viejas fronteras y las diferencias de nacionalidades, tendrá por objeto la administración de los servicios públicos y no el gobierno de los pueblos. Constituirá la nueva patria, la alianza de la Revolución Universal contra la alianza de todas les reacciones.

9. Esta organización excluye cualquier idea de dictadura y poder dirigente tutelar. Pero para la misma realización de esta alianza revolucionaria y para el triunfo de la revolución contra la reacción, es necesario que en medio de la anarquía popular que constituirá la vida misma y toda la energía de la revolución, la unidad del pensamiento y de la acción revolucionaria halle un órgano. Ese órgano debe ser la asociación secreta y universal de los Hermanos Internacionales.

10. Esta asociación parte de la convicción que las revoluciones nunca las hacen ni los individuos, ni siquiera las sociedades secretas. Se producen por sí misma, por la fuerza de las cosas, por el movimiento de los eventos y hechos. Se van preparando durante mucho tiempo en la profundidad de la consciencia instintiva de las masas populares, luego estallan, suscitadas en apariencia a menudo por causas fútiles. Todo lo que puede hacer una sociedad secreta bien organizada, es primero facilitar el nacimiento de una revolución propagando entre las masas ideas que correspondan a los instintos de las masas y organizar, no el ejército de la revolución, -el ejército siempre debe ser el pueblo- sino una suerte de plana mayor revolucionaria compuesta de individuos entregados, enérgicos, inteligentes, y sobre todo amigos sinceros, ni ambiciosos ni vanidosos, del pueblo, capaces de servir de intermediarios entre la idea revolucionaria y los instintos populares.

11. El número de esos individuos no debe pues ser inmenso. Para la organización internacional en toda Europa, bastan con cien revolucionarios fuertemente y seriamente aliados. Dos, tres centenas de revolucionarios bastarán para la organización del país más grande.

Mijail Bakunin, 1868.

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(Otoño de 1868, original en francés, CD-R Instituto Internacional de Historia Social de Amsterdam, traducción de Frank Mintz)

Notas del traductor (= NDT)

1) En el Programa de la Sociedad de la Revolución Internacional de 1868, se lee “II. Negación del libre albedrío y del derecho de la sociedad a castigar.” NDT.

2) En el Programa de la Sociedad de la Revolución Internacional de 1868, se lee:

las cuatro grandes causas de toda inmoralidad humana son: 1) la ausencia de higiene y educación racionales; 2) la desigualdad de condiciones económicas y sociales; 3) la ignorancia de las masas, que resultan naturalmente de ello, y 4) su necesaria consecuencia, la esclavitud. La educación, la instrucción y la organización de la sociedad de acuerdo a la libertad y la justicia deben sustituirse al castigo.”

Se observa que Bakunin se dejó en el tintero el primer punto que pocas veces impidió las insurrecciones populares. NDT.

  Fuente:Archivo Miguel Bakunin


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