El obrar sin pensar no suele ser transformador.
Cualquier proyecto, más si es complejo, exige una reflexión, por lo general
difícil, tensa y prolongada, sobre sus condiciones reales, para elaborar un
plan de acción. La tarea de estrategas y planificadores es estudiar lo real
existente para diseñar una línea de actuación.
Incluso la estrategia más elemental es útil, siempre
que sea lo bastante verdadera, esto es, acorde con las condiciones reales.
En las instituciones del poder abundan los
estrategas y planificadores, pero en los medios “radicales” se opina que basta
con un actuar irreflexivo, con dar palos de ciego. Este estado de ánimo puede
ser explicado porque en una sociedad dividida en clases las funciones de pensar
y decidir se las reserva una minoría mientras que a las clases populares se las
asignan las tareas de ejecución, a través del cumplimiento de órdenes. Por eso
no están habituadas a pensar estratégicamente, reduciéndose a hacer lo que les
mandan, en el trabajo asalariado el patrono y en la totalidad de la vida el
Estado. Lo suyo es “la acción”…
Eso queda agravado por las malas prácticas
asamblearias, y las reprobables actuaciones personales, que convierten en una
interminable discusión, por lo general caótica y estéril, casi cualquier asunto
que se trate. Esto lo que exige es reformar las asambleas y hacer responsables
a las personas, no renunciar a formular una estrategia que culmine en el
correspondiente plan o proyecto de actuación.
Se ha dicho que la estrategia es “un decir de un hacer”, una reflexión
que se propone formular un plan de acción.
La clave del pensar estratégico es alcanzar una
visión global, espacial y temporal. La primera considera la situación en su
totalidad, la segunda en su movimiento, determinando no sólo lo que ahora es
sino estableciendo su línea más probable de evolución. La estrategia es, ante
todo, una visión de conjunto, una reflexión de conjunto y un plan de conjunto.
Estudiar las condiciones reales con fría
objetividad, desechando posiciones optimistas o pesimistas, dejando de lado
fantasías o temores, es imprescindible. Esto requiere hacer acopio de
información, aunque sólo de la mínima estrictamente necesaria. Conocer con
objetividad es la antesala del hacer con efectividad.
El buen pensamiento estratégico ha de comprender
aquellos factores más esenciales, los que determinan. Esto requiere diferenciar
lo principal de lo no-principal o secundario. Lo primordial es lo que establece
la naturaleza de cualquier realidad. La estrategia se asienta precisamente en las
cuestiones fundamentales, que a menudo son evidentes y que sólo la ceguera
mental y el dogmatismo propios del ser humano impiden percibir. Se trata, por
tanto, de tener los ojos y la mente muy abiertos.
El análisis estratégico no busca insuflar “optimismo” y “ganas
de hacer”. Su objetivo es localizar lo real y no lo deseado, lo existente
pero no lo soñado. Esto demanda determinar con rigor lo positivo y negativo de
la situación y, también, lo positivo y negativo de nosotros en tanto que fuerza
transformadora. Sin una visión realista de sí, sin la admisión de las propias carencias,
no hay estrategia posible.
Lo positivo y negativo de cada cosa situación,
proceso y sujeto se han de analizar en su interrelación y mutua dependencia, como
unidad de contrarios, así como en su temporalidad y cambio.
Dado que todo lo real está en continua mutación hay
que contemplar cualquier situación no sólo como es ahora sino como será en el
futuro, según sus leyes de automovimiento. Por lo general, el futuro no está
determinado de manera absoluta, y contiene varias posibilidades. Hay que establecer
con el análisis la más probable, la menos probable y las formas intermedias,
ajustando a continuación el propio obrar a cada una de ellas, en conformidad
con las metas fijadas.
La estrategia localiza lo seguro, lo factible, lo
posible y lo imposible, estableciendo para las opciones intermedias el grado de
probabilidad. Conviene, además, fijar una línea de actuación definida para responder
a cada una de las posibilidades.
Todo lo expuesto hace que la estrategia proporciones
previsión, anticipación e iniciativa. Mantener la iniciativa demanda poseer una
visión estratégica, para poder ir dando respuesta a los problemas del día a día
sin perder el norte. Ante cada cuestión específica hay que formular una
táctica, que se piensa desde la concepción estratégica y opera a su servicio.
Una estrategia para el conjunto y una táctica para
cada cuestión particular es lo que nos permitirá alcanzar los objetivos
deseados. La estrategia posee, además, sus fases o etapas, mientras que la
táctica queda circunscrita a lo coyuntural.
Al final del proceso de análisis de la realidad se suele
alcanzar una situación en la que ni los asuntos son del todo comprendidos ni las
conclusiones pueden ser absolutamente claras. Alcanzada esta situación de
incertidumbre relativa hay que atreverse y hacer una elección, hay que optar.
Esto incluye un riesgo, que se debe admitir con intrepidez y audacia,
considerándolo un derivado inevitable de lo finito y limitado de la mente
humana, incapaz de un conocimiento completo y perfecto, por tanto de una
planificación totalmente acertada.
Quienes deseen saberlo y comprenderlo todo antes de
formular un plan y pasar a la acción, ansiosos por alcanzar una seguridad
plena, nunca lograrán hacer nada.
A lo largo del proceso de aplicación de la
estrategia hay que, por un lado, persistir en aplicar el plan formulado y, por
otro, abrirse a los cambios, las situaciones inesperadas y los nuevos conocimientos
adquiridos. Una combinación de persistencia y flexibilidad es lo apropiado.
La división en fases, o etapas, del plan estratégico
suele ser necesaria. Hay que establecer las metas a cubrir en cada una de
ellas, para alcanzar su totalidad. Al mismo tiempo, una estrategia unifica
fines y medios, metas y posibilidades.
Una parte de cualquier estrategia es la formación de
las personas que se implican, asunto mucho más importante en el tiempo
presente, el de los seres nada. Toda estrategia ha de ser un espacio para
formar al sujeto, pues en definitiva lo que cuenta es la calidad de las
personas.
Cada cierto tiempo el proyecto estratégico necesita
ser revisado, para introducir las correcciones que la marcha de los
acontecimientos, o depurarle de los errores que se hayan puesto en evidencia en
el proceso de su aplicación. Conviene fijar plazos para hacerlo.
Si hay que formular una estrategia para los
proyectos colectivos no menos importante es hacer lo mismo para la actividad y
el compromiso individuales. Todo ello se fundamenta en crearse un hábito de
pensar desde la realidad, excluyendo apriorismos, dogmatismos y emocionalismos,
sobre la base de unos hábitos auto-creados de observar e investigar reflexivamente
lo existente.
A pensar estratégicamente, a elaborar un plan de
acción y a realizarlo se aprende haciendo. Por tanto: adelante.
Con una estrategia colectiva y, al mismo tiempo, una
estrategia de cada individuo, interiorizados los hábitos de observar,
investigar y reflexionar, quizá podamos cumplir las metas prácticas que nos
hemos propuestos. Todo depende de la objetividad del plan estratégico, de la
habilidad para operar tácticamente, de la energía y el coraje con que se
aplique y, sobre todo, de la calidad de las personas.
Félix
Rodrigo Mora
esfyserv@gmail.com
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