Estructura, poder y dominio son conceptos íntimamente relacionados y que debemos comprender para tener las herramientas de análisis para la transformación radical de la sociedad. Uno de los temas centrales en el anarquismo ha sido la cuestión del poder, donde se han escrito numerosos textos que apuntaban a que el ejercicio del poder resulta pernicioso y de ahí está el origen de todos los males y desigualdades en esta sociedad. Sin embargo, no podemos atendernos solo a la cuestión del poder, lo cual, he planteado ampliar el tema tratando la estructura y el dominio. ¿Es lo mismo poder y dominio? ¿Qué es la estructura? ¿Qué tienen que ver el dominio con la estructura? ¿Y el poder con la estructura? Cuestiones como éstas las iremos desarrollando a continuación.
Tenemos claro que vivimos en una
sociedad con profundas desigualdades a todos los niveles: desde lo
económico hasta lo político y social. Las desigualdades se producen por
la existencia de grupos sociales dominantes y otros subordinados que
sufren esa dominación. Dicha dominación se ejerce a través de unas bases
materiales, como, por ejemplo, una posición económica ventajosa, a las
cuales podemos denominar estructura o infraestructura y también ideológica llamada superestructura,
en términos marxistas. Entonces, cuando hablamos de algo estructural en
general, hacemos referencia a todas aquellas formas de opresión
provenientes de los grupos sociales dominantes. Así por ejemplo, cuando
hablamos de violencia estructural, hablamos de aquella que ejerce la
clase dominante contra nosotras a través de la represión física de los
porrazos, la criminalización de la pobreza, condenarnos a la miseria,
etc. También, lo estructural puede hacer referencia a aquello que tiene
causa directa en las bases materiales de un sistema, como por ejemplo,
cuando hablamos de crisis estructural del capitalismo.
Hasta ahora, el concepto de poder en el
anarquismo clásico ha ido asociado al dominio, pero las tesis sobre el
poder de Foucault han abierto nuevas perspectivas para entender dicho
concepto que rompe con el esquema clásico de poder igual a dominio.
Según Foucault, el poder es, básicamente, una fuerza social
que está presente y fluye en todo el cuerpo social sin unas direcciones
determinadas, lo cual no es ejercido siempre desde el Estado o la clase
dominante, sino que también puede provenir de instituciones organizadas
fuera del Estado. Además, el poder no solo es meramente destructivo,
también es creador, crea conocimientos y saberes en favor de los grupos
sociales que los crean. Por tanto, podemos distinguir entre poder-dominio,
aquel que se ejerce a través de la clase dominante y de carácter
impositivo mediante la violencia y la creación de hegemonía y consenso
para imponer los intereses de esa clase dominante; y el poder-fuerza social
que es ejercido desde las clases explotadas a través de las
organizaciones populares, la creación de contra-hegemonía y ruptura con
el orden dominante para materializar los intereses de emancipación
social.
Una vez aclarados los términos, es hora
de relacionarlos y posteriormente ver su aplicación en la realidad
social. La diferencia clave entre dominio y poder es que el dominio es
un poder ejercido desde una posición ventajosa, es decir, el dominio se
ejerce en un contexto donde no hay equidistancia en las relaciones de poder. Esa posición de ventaja lo da la estructura material e ideológica. Se podría decir entonces que el dominio es un poder estructural,
aquel poder que se ejerce a través de una estructura material e
ideológica construida a medida por aquel grupo social dominante. Es aquí
donde tiene origen todas las opresiones que hoy en día conocemos: la
opresión -o explotación- de clase, la heteropatriarcal y la racial.
Todas estas opresiones comparten un común denominador que es la
existencia de una base estructural mediante la cual se ejerce el
dominio.
Así pues, en el plano económico podemos
reconocer la dominación capitalista en el cual, los o las poseedoras de
los medios de producción -la clase capitalista- les confieren una
posición dominante frente a la clase obrera que carece de dichos medios.
Es por ello que un o una trabajadora siempre está en una posición de
desventaja frente al capitalista, lo que se traduce en una relación desigual de poder.
No obstante, si la trabajadora se organiza junto con sus semejantes y
construye a la vez un discurso que desafíe el discurso dominante, esta
relación de poder puede cambiar en favor de la clase obrera mediante la
lucha de clases. Asimismo, encontramos en la organización popular otra
forma de articular un poder desde abajo.
Por supuesto que la opresión central es
la de clases, pero no podemos restar importancia a las opresiones no
clasistas, pues también sustentan el sistema capitalista. En este caso,
el heteropatriarcado es una estructura socio-cultural en el cual los
hombres heterosexuales adquieren una posición dominante respecto a los y
las homosexuales y la mujer. Como en la opresión clasista donde la
clase obrera está en una posición desfavorecida, la mujer y aquellas
personas que se salen de la heteronormatividad se encuentran en una
relación de poder con los hombres heterosexuales desfavorable.
Consecuencia de ello es el machismo y la homofobia, manifestaciones de
esta dominación heteropatriarcal. Lo mismo sucede con el racismo, en el
cual el hombre blanco occidental se posiciona como dominante frente a
otras etnias no blancas y no occidentales, juzgándolas en base a las
concepciones sociales eurocentristas y etnocentristas, caracterizándoles
principalmente como salvajes, delincuentes y esclavos.
La importancia de conocer estos
conceptos nos permite reconocer correctamente las opresiones y no
cometer errores como usar la misma vara de medir para un lado y para
otro cuando las relaciones de poder son asimétricas. Para ello, pondré
unos ejemplos breves que ilustren esta premisa: la violencia policial es
ejercida desde la clase dominante y responde a sus intereses, al
contrario que la violencia utilizada para la autodefensa. No es nada
comparable robar artículos en un supermercado con el fraude fiscal, la
fuga de capitales y con la explotación asalariada. El absentismo laboral
o cualquier acto de “indisciplina” no es nada comparable a los ataques a
los derechos de los y las trabajadores mediante las reformas laborales.
Se culpa a la mujer de ser violada y que tiene que andarse con cuidado
para evitarlo, cuando el culpable es el hombre quien comete las
agresiones sexuales y que es él quien debe dejar de violarlas. Que una
persona no blanca desprecie a un blanco o blanca por serlo no es nada
comparable a las redadas racistas, la criminalización de la inmigración,
su exclusión y discriminación, etc… Aquí de nuevo nos encontramos con
el denominador común: lo estructural.
Una vez que sepamos en qué posición
estamos y conozcamos las relaciones de poder en la realidad social, el
siguiente paso es cómo articular respuestas contra ellas, no para crear
nuevas formas de dominio sino en equilibrar la balanza de las relaciones de poder. Así
por ejemplo, en el campo económico, solo podrá existir una relación de
poder equidistante aboliendo el sistema capitalista e implantando un
sistema socialista libertario que ponga los recursos, medios de
producción e instrumentos de trabajo en común; en el político, en la
abolición del Estado sustituyéndose por instituciones horizontales
(asambleas, consejos, comités, confederaciones…) en las cuales los y las
productoras y consumidoras sean quienes tomen las decisiones políticas;
y en el plano socio-cultural, por el empoderamiento de las mujeres,
homosexuales y minorías étnicas junto con la deconstrucción de los
privilegios patriarcales y raciales. Suprimir el dominio implica
destruir las estructuras del poder-dominio y crear otras estructuras
materiales e ideológicas y junto a ello el poder popular, que sería el
poder socializado donde las relaciones de poder entre distintos grupos
sociales sean equidistantes.
Fuente: Regeneración
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