Padecemos la destrucción de lo humano y del ser
humano real, la aniquilación programada de la esencia concreta humana. Todo eso
está siendo devastado, para crear criaturas posthumanas hiper-sumisas a las
instituciones y a los amos de la economía.
El sujeto medio no sabe pensar, ha perdido casi todo
contacto con lo real, es incapaz de emitir juicios autónomos y decidir. Carece
de emociones auténticas y de pasiones humanas. No sabe utilizar el lenguaje,
estando reducido a una mudez escalofriante. Es inepto para convivir y estar con
sus semejantes, hacia los que profesa una espantosa mezcla de afán de dominar,
temor y rencor. No posee vida espiritual ni sentido estético. La palabra moral,
o virtud, le encolerizan. Resulta experto en odiar e incapaz de amar. Obedece
siempre al poder en todo. El epicureísmo de Estado le ha hecho un vegetal y un auto-agresor.
Es mediocre, aburrido, previsible, deprimente.
No sabe trabajar como ser libre, y ya tampoco como
neo-siervo de los oligarcas, por causa del salariado. No conoce la alegría ni
sabe divertirse. No tiene conexiones con la naturaleza, salvo las del consumo
visual. Ha perdido la capacidad de sufrir y todo malestar le aterra. Es un
espantadizo que se acobarda con nada. Resulta inútil para estar consigo mismo,
en reflexión y silencio. No sabe alimentarse de un modo humano. Es inhábil para
cuidar de sí. Sus facultades corporales están en quiebra. Vive confinado en la
cárcel del ego, hecho verdugo de sí. Lo ignora todo al ser un hiper-adoctrinado,
por tanto también un fanático. Está dominado por obsesiones, terrores,
angustias, ansiedades, maldades, dolencias, dependencias y estados depresivos.
En lo intelectivo es una nulidad, en lo conductual
un adoctrinado, en lo convivencial un autista, en lo físico un alfeñique, en lo
emocional un cadáver, en lo espiritual un bruto, en lo corporal un enfermo, en
lo laboral un inútil, en lo ético un pérfido. Esto han hecho de nosotros, y
esto nos hemos dejado hacer.
¿Cuál es la vida erótica de esta criatura suma de
negaciones y extravíos con aspecto humano que habita en la sociedad aberrante, de este ser
nada?
Puntualicemos. Los animales tienen sexo y los seres
humanos, mientras sigamos siéndolo, erotismo. Es muchísimo más que sexo, y es la
forma concreta que adopta éste en la persona. Nos es imposible vivir una
sexualidad meramente fisiológica, o simplemente mecánica, o trivialmente
cuantitativa, o torpemente solipsista, o neciamente higiénica, o comercialmente
sanativa, o tristemente promiscua. Y si lo hacemos, nos dañamos y mutilamos, llegando
a sentir repugnancia hacia lo libidinal.
En una proporción u otra, nuestra sexualidad es
siempre erotismo, porque va unida a emociones, pasiones, impulso, afectos, cavilaciones,
fantasías, ensimismamientos, enajenaciones, encariñamientos, preferencias y
técnicas amatorias específicamente humanas. Cuanto más cargada esté el sexo de
elementos trascendentes más satisfactorio será.
Pero cuanto más simplificado, fisiológico, mecánico,
carente de afectividad y vacio de deseo, cuanto más exento de pasión, empuje,
acometividad y ardor, cuanto más sin apego, entrega, proximidad espiritual, amor
y efusión, más insatisfactorio será y menos se practicará.
La “revolución
sexual” de los años sesenta aunque acertó al enfrentarse con la represión
de lo sexual humano falló en la formulación de un nuevo erotismo. Desconoció la
dimensión sublime, pasional, espiritual e integral del Eros. Su propuesta, que
aún aletea, era cuantitativa (muchos coitos), simplificada (lograr el orgasmo,
en tanto que espasmo agradable), hedonista (el erotismo es placer, sí, pero
muchísimo más que placer), mutiladora (ignoró la creación de vida), libresca (a
menudo se practicaba sexo porque un panfleto decía que era progresista y “liberador”,
vale decir, por imposición), sin pasión ni impetuosidad ni afectividad, por
tanto, sin lo más decisivo. Con todo ello degradó el sexo en una rutina
trivial, frívola, repetitiva, sin grandeza, tediosa e incluso nauseabunda[1].
En la experiencia erótica ha de entrar lo humano en
su triple dimensión. Somos al mismo tiempo: 1) hembras y machos, 2) mujeres y
hombres, 3) seres humanos. Al ser mamíferos el sexo humano es siempre coito de
mamíferos. Nuestra dimensión animal es magnífica y no puede ser ninguneada.
Pero al mismo tiempo somos humanos, mujeres y hombres, con necesidad de simpatía,
devoción, cariño, belleza, fantasía, compañía, convivencia, cortesía, entrega, éxtasis
espiritual y mutuo servicio.
Existen las necesidades sexuales y también las
necesidades emocionales y afectivas, espirituales en suma. Ambas se unifican en
nuestro existir y se han de unificar en la práctica erótica todo lo posible. Tenemos
que vivir el erotismo como una experiencia salvaje y apasionada, dado que sin
ardor y enloquecimiento el Eros naufraga. Han de fijarse en los pactos eróticos
que hagan los amantes, dos o más, en tanto que adultos responsables, los
contenidos y atrevimientos de su hacer amatorio.
Hay que respetar (y hacer respetar a los nuevos
represores, ellas y ellos), la inmensa variedad de las prácticas eróticas
naturales humanas, que no pueden ser reducidas a una norma única, ni siquiera a
unas cuantas. En el erotismo la libertad (con responsabilidad), la variedad y
la pluralidad han de ser la norma. Por eso hemos de combatir toda forma de
biopolítica, de derechas o de izquierdas, carca o progresista.
No nos dejemos deserotizar, castrar. Esto es una
argucia más para aniquilar lo humano y convertirnos en esclavos perpetuos del
poder constituido. Mantengamos intacta nuestra feminidad o nuestra virilidad,
elevándolas a la categoría de atributos esenciales. Hoy pocas cosas son tan
subversivas como el amor, y el Eros siempre es, en más o en menos, amor.
Salvo en sus manifestaciones inferiores el erotismo es
un “nosotros”, una fuerza unitiva que atrae y acerca a los seres humanos. Lo
erótico nos socializa, nos hace sentir la grandeza y belleza del otro, la
alegría de estar juntos, la fuerza de mantenernos unidos, la magnificencia de
la fusión interpersonal. No hay asociación mayor entre dos personas que la que
se logra en la coyunda, cuando se integran físicamente la una en la otra, desmoronándose
las barreras que en condiciones normales separan a los humanos.
Si el encuentro amatorio, además, está bien cargado
de elevación, afinidad, devoción, identificación emocional, mutua entrega,
olvido de sí, compartirlo todo y éxtasis, si es una fuga de la cárcel del ego
para dar y darse, entonces se convierte en una experiencia revolucionaria, al
militar contra un orden social sustentado en el egoísmo posesivo, el odio
mutuo, la soledad patológica, la impotencia emocional, las relaciones de dominio
y la imposibilidad de desplegar el componente colectivo de nuestra naturaleza, un
modo de impedir el desarrollo del aspecto individual del yo.
Una sociedad colectivista y comunal, en la que el
horror de la propiedad privada concentrada haya desaparecido para que podamos
vivir compartiéndolo todo, no puede conquistarse ni construirse sin afirmar una
y otra vez lo colectivo, el nosotros, en todas sus manifestaciones, sin superar
las barreras del yo, sin salir de sí mismo y entregarse al otro. Esto es lo
propio, también, del acto amatorio, que es o debería ser siempre, en más o en
menos, acto amoroso.
La “revolución
sexual”, de facto, ha sido la más eficaz ofensiva contra la libertad
erótica. Antaño la represión se hacía desde fuera del sujeto, hoy se ha logrado
que éste se perciba como criatura desexuada que evita y condena por motivos
variados, siempre sofísticos además de autodestructivos, las practicas
eróticas. De ese modo se auto-reprime. Así ha sido creada la nueva gazmoñería o
pudibundez, una versión perfeccionada de la vieja, impuesta por el franquismo,
la Iglesia y la Sección Femenina.
Ahora padecemos lo que se ha llamado el síndrome de
la Inhibición del Deseo Sexual (IDS), y el quehacer amoroso es tildado, a
menudo, de “aburrido” e indeseado.
Desde el Ministerio de Igualdad, las organizaciones empresariales y las
corrientes feminicidas por ellos subvencionadas, se nos adoctrina en un nuevo
credo represivo, persecutor y mojigato. Vivimos una catástrofe del Eros.
El viejo puritanismo victoriano, como descubrió
Freud, hizo de las mujeres su víctima principal. Al ser privadas de sexo,
afectividad, pasión, intimidad y éxtasis amoroso las féminas de las clases
altas de entonces enloquecían, enfermaban del cuerpo y del espíritu. Hoy está
sucediendo lo mismo pero a una escala muy superior, al ser muchísimo mayor la
ofensiva contra la libertad en lo libidinal y amatorio. Son tiempos de miseria
erótica, de lo que se ha calificado como “anorexia
sexual”[2].
Por eso millones de féminas, esta vez de las clases
populares, se sienten desfallecer de soledad física, frustración anímica,
fragilidad de los vínculos y necesidades libidinales insatisfechas,
desarrollando numerosas patologías, sobre todo la ansiedad depresiva pero
también la ruina de su corporeidad. La situación de las mujeres hoy es tan
desesperada que se están creando varias ramas de negocios para supuestamente
tratarlas, una de ellas la de la “sanación”. Lo necesario es un renacimiento
espontaneo y popular del Eros por deseo, del galanteo, cortejo y seducción
mutuas, de la afectuosidad erotizada, la cortesía insinuante, el amor-pasión y
el amor al amor, pero no nuevos negocios.
Ciertamente, en la
sociedad infierno convivencial no puede haber ni sexo ni amor dignos de tal
nombre, por tanto no hay lugar para el erotismo. Ésta es una situación
gravísima, que está literalmente triturando a numerosas mujeres (también a
muchos varones) y que demanda, para ser resuelta, una transformación social y
personal integral, una revolución.
Nos corresponde ahora no sólo resistir y denunciar a
las nuevas y los nuevos perseguidores del Eros sino hacer algo más, a saber,
iniciar la reconstrucción de la vida erótica, ir promoviendo una renovada
sensibilidad y una rehecha emocionalidad, para reaprender lo amatorio y
amoroso, para recomponernos como seres humanos. Igual tendremos que hacer con
otras cuestiones axiales, el acto de alimentarnos, el lenguaje, la convivencia,
la salud, la reflexión, la voluntad, la virtud, la afectividad, la belleza,
etc.
Por durísimo y dramático que sea, una vez que hemos
sido aniquilados como personas, reducidos a meros despojos y parodias, tenemos
que iniciar el camino de la recuperación y la reconstrucción. Hoy la propuesta
es hacerlo con lo erótico. Por eso trabajo en un libro, que ya he titulado “Erótica”, he acuñado el lema “Estetizar y erotizar la vida” y me afano
en cursos, conferencias y charlas con estos contenidos. Porque el erotismo tiene
un componente innato y dado pero también otro necesitado de ser reflexionado y
aprendido, siendo mi intención ofrecer más herramientas que soluciones, más
reflexiones fundantes que recetas de manuales.
[1] Quienes diseñaron tal “revolución”, en verdad una potente anti-revolución, se
fundamentaron en la noción de lo sórdido y no en la de lo sublime. Por eso no
funcionó. Para aprehender ésta es recomendable leer reflexivamente “Sobre lo sublime”, Longino. Hay
comentario en el blog de Félix Rodrigo Mora.
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