Por Acratosaurio Rex
Dos
millones de trabajadores —según los sindicales— andan ahora a convenio
vencido, prorrogado, suspendido… Sufriendo por la ultraactividad. La
idea es congelar los sueldos y condiciones de trabajo, y presionar para
obligar al currante a negociar a la baja. Ya se sabe, antes de firmar la
paz, mata todo lo que puedas, que luego es más difícil. ¿Qué hicieron
los «sindicatos representativos» el último año? Bueno… Intentaron llegar
a un acuerdo, y solo consiguieron una declaración de intenciones. Ahora
habrá que ir a los juzgados a ganar caso por caso, ja. ¿No cobran ahí
arriba por lograr buenos acuerdos? Y si no consiguen resultados… ¿No
tendrían que dimitir? No, porque son ultraactivos.
Claro,
los sindicatos son vistos como parte del mismo tinglado en el que están
nadando jueces, políticos, banqueros, empresarios, reyes, policías,
periodistas, curas pederastas, monjas secuestradoras… Y sindicatos.
Ellos se bañan en un laguito de aguas cristalinas, con delimitaciones
estrictas y jerarquía en materia de lujo. Y tú —en cambio— sólo tienes
acceso a la calurosa pocilga, donde te revuelcas en un vano intento de
ahogar a los parásitos que infestan tu piel. El problema sindical es
gordo.
En
España los sindicatos basan su representatividad en los porcentajes
obtenidos en las elecciones sindicales. Los trabajadores —que no son
tontos—, perciben que las centrales reciben un montón de pasta vía
impuestos, y que sus liberados más que currar para el votante lo hacen
para la patronal con la que firman declaraciones de buenas intenciones.
Entonces… ¿Para qué pagar una cuota? ¿Quién va a gestionar «lo mío»?
—esas preguntas se hace Petra y Petro mirando de soslayo los carteles
pidiendo el voto…
Las
elecciones las gana quien tiene más liberados. Para tener liberados,
hay que ganar las elecciones. Para ganar las elecciones, hay que tener
liberados. Tras un año agotador de campaña, recibes el premio: la
representatividad. Dinero, despacho, y liberación. Y una vez que el
sindicato posee los recursos, no puede renunciar a ellos, porque pasan a
formar parte del estilo de vida de un montón de gente a la que no sacas
del sillón ni con tenazas. Es el sindical way of life, que funciona
como el control de acceso a un ministerio.
Hay
múltiples barreras que —de manera evidente— limitan el acceso de un
trabajador a un sindicato: el sindicalista está en su despacho, dice
representarte, ves que tiene intereses personales, que piensa de
determinada forma que no te gusta, que puede tomar decisiones que te
afectan, que conoce cosas como leyes, normas y decretos que ignoras, y
que se relaciona con gente a la que no tienes acceso… Todo eso establece
diferencias, fronteras, límites entre tú y él. Si encima les ves salir
en la tele dando la mano al de la Patronal y al del Gobierno tras firmar
no sé qué… Vas a querer al sindicato tanto como a la compañía del
seguro de defunción. Y el sindicalista es tan colega tuyo como puede
serlo un camarero del cliente.
Bueno
sí, una dimisión generalizada, un proceso de purificación, una renuncia
voluntaria a los recursos de liberaciones y dineros, y podría hablarse
de cómo fundar un nuevo sindicalismo que diese cabida a precarios, a
temporales, a inmigrantes, a excluidos… A toda esa gente que anda fuera
de las Federaciones Industria. Pero pensándolo bien, dado que los
representativos, sin apoyos gubernamentales, tendrían el mismo tamaño
que la CNT, igual podría yo intentar ir a Marte a esperar la
reconfortante catarsis. La solución, como siempre, vendrá de donde menos
lo esperemos. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de
nadie, lo que es de nadie es de uno.
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