viernes, 19 de julio de 2013

El sindical way of life y la ultraactividad de los sindicatos

Por Acratosaurio Rex
Dos millones de trabajadores —según los sindicales— andan ahora a convenio vencido, prorrogado, suspendido… Sufriendo por la ultraactividad. La idea es congelar los sueldos y condiciones de trabajo, y presionar para obligar al currante a negociar a la baja. Ya se sabe, antes de firmar la paz, mata todo lo que puedas, que luego es más difícil. ¿Qué hicieron los «sindicatos representativos» el último año? Bueno… Intentaron llegar a un acuerdo, y solo consiguieron una declaración de intenciones. Ahora habrá que ir a los juzgados a ganar caso por caso, ja. ¿No cobran ahí arriba por lograr buenos acuerdos? Y si no consiguen resultados… ¿No tendrían que dimitir? No, porque son ultraactivos.
Claro, los sindicatos son vistos como parte del mismo tinglado en el que están nadando jueces, políticos, banqueros, empresarios, reyes, policías, periodistas, curas pederastas, monjas secuestradoras… Y sindicatos. Ellos se bañan en un laguito de aguas cristalinas, con delimitaciones estrictas y jerarquía en materia de lujo. Y tú —en cambio— sólo tienes acceso a la calurosa pocilga, donde te revuelcas en un vano intento de ahogar a los parásitos que infestan tu piel. El problema sindical es gordo.
En España los sindicatos basan su representatividad en los porcentajes obtenidos en las elecciones sindicales. Los trabajadores —que no son tontos—, perciben que las centrales reciben un montón de pasta vía impuestos, y que sus liberados más que currar para el votante lo hacen para la patronal con la que firman declaraciones de buenas intenciones. Entonces… ¿Para qué pagar una cuota? ¿Quién va a gestionar «lo mío»? —esas preguntas se hace Petra y Petro mirando de soslayo los carteles pidiendo el voto…
Las elecciones las gana quien tiene más liberados. Para tener liberados, hay que ganar las elecciones. Para ganar las elecciones, hay que tener liberados. Tras un año agotador de campaña, recibes el premio: la representatividad. Dinero, despacho, y liberación. Y una vez que el sindicato posee los recursos, no puede renunciar a ellos, porque pasan a formar parte del estilo de vida de un montón de gente a la que no sacas del sillón ni con tenazas. Es el sindical way of life, que funciona como el control de acceso a un ministerio.
Hay múltiples barreras que —de manera evidente— limitan el acceso de un trabajador a un sindicato: el sindicalista está en su despacho, dice representarte, ves que tiene intereses personales, que piensa de determinada forma que no te gusta, que puede tomar decisiones que te afectan, que conoce cosas como leyes, normas y decretos que ignoras, y que se relaciona con gente a la que no tienes acceso… Todo eso establece diferencias, fronteras, límites entre tú y él. Si encima les ves salir en la tele dando la mano al de la Patronal y al del Gobierno tras firmar no sé qué… Vas a querer al sindicato tanto como a la compañía del seguro de defunción. Y el sindicalista es tan colega tuyo como puede serlo un camarero del cliente.
Bueno sí, una dimisión generalizada, un proceso de purificación, una renuncia voluntaria a los recursos de liberaciones y dineros, y podría hablarse de cómo fundar un nuevo sindicalismo que diese cabida a precarios, a temporales, a inmigrantes, a excluidos… A toda esa gente que anda fuera de las Federaciones Industria. Pero pensándolo bien, dado que los representativos, sin apoyos gubernamentales, tendrían el mismo tamaño que la CNT, igual podría yo intentar ir a Marte a esperar la reconfortante catarsis. La solución, como siempre, vendrá de donde menos lo esperemos. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.

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