Por Acratosaurio Rex
Así pues, amigos y amigas anarquistas, hablando del carisma, imaginemos la situación: Él está hablando a cien mil seguidores; una joven madre con su hijo de ocho años rompe el cordón de seguridad; Él ordena imperioso a sus hombres que no la golpeen más, le pide que avance; va la madre —temblorosa, suplicante— y le enseña al niño hiperactivo —que el cabrón no para ni un segundo¬—; Él le pone la mano en la frente murmura qué sé yo; el niño se paraliza, corre a sentarse y se pone a estudiar el Imperio Bizantino; la madre se desmaya; la multitud exclama «¡Milagro!»; el líder se mira con ojos de besugo la mano y grita… «¡La hostia puta!, ¡es verdad!, ¡tengo poderes!». Adulación, gritos, prodigios… Conclusión: pues que Él se vuelve majareta.
Así pues, amigos y amigas anarquistas, hablando del carisma, imaginemos la situación: Él está hablando a cien mil seguidores; una joven madre con su hijo de ocho años rompe el cordón de seguridad; Él ordena imperioso a sus hombres que no la golpeen más, le pide que avance; va la madre —temblorosa, suplicante— y le enseña al niño hiperactivo —que el cabrón no para ni un segundo¬—; Él le pone la mano en la frente murmura qué sé yo; el niño se paraliza, corre a sentarse y se pone a estudiar el Imperio Bizantino; la madre se desmaya; la multitud exclama «¡Milagro!»; el líder se mira con ojos de besugo la mano y grita… «¡La hostia puta!, ¡es verdad!, ¡tengo poderes!». Adulación, gritos, prodigios… Conclusión: pues que Él se vuelve majareta.
Claro,
uno puede pensar que lo del liderazgo carismático no tiene por qué ser
malo. Una multitud de millones siguiendo a un majara puede cambiar el
mundo, el desorden, el caos y todo eso. ¿No? No. Ni por casualidad es
posible la llegada del Reino mediante un Mesías. De impedir el cambio se
encargan los subalternos, que quieren paz, orden y progreso.
Téngase
en cuenta que en toda revuelta carismática, junto con los entusiastas
voluntarios, más o menos interesados, más o menos ingenuos, se va
creando una organización formal, jerárquica y autoritaria, en la que el
poder reside en el Él, y Él lo va delegando hacia abajo. Es decir, Él da
poder al subalterno inmediato, ése al de más abajo, y así sucesivamente
van trasmitiéndose las consignas hasta ti, que eres el paleto que curra
para esos mamandurrias. Y como ser líder es muy fatigoso, bajo la
sombra de Él hay unos pocos de Hombres Vientre, con muy poco
carisma pero con mucha organización, que lo mismo hasta consideran por
lo bajini al Gran Hombre Providencia, como un payaso.
Esos
Mandos altos e intermedios —gente práctica— se dedican con todas sus
fuerzas a reforzar un Estado en el que repartir empleos burocráticos de
manera ordenada: es la revolución del cargo. La milicia se transforma en
ejército, el voluntariado transmuta en funcionario, la aportación
voluntaria deviene en tributo. Él aparece en la foto, rodeado de los
oficiales de la burocracia escalonada. Rostros que se arrugan más y más a
medida que pasan los años y sus titulares engordan y los sastres se
afanan con los uniformes de fantasía.
Esta
tragedia ha sido descrita una y otra vez. Una vez muere el líder
carismático, sustituirlo es algo muy complejo. No suele haber nadie a la
altura. Y la soñada revolución muere con Él. Él muere —de hecho— mucho
antes de que lo embalsamen y guarden la momia en el sarcófago. Luego
hablaremos del problema de la trasmisión del carisma para los
supervivientes.
Moraleja:
no confundas servir a la Revolución, con convertirte en funcionario del
Estado. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie,
lo que es de nadie es de uno.
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