Por Acratosaurio Rex
Estábamos
hablando de lo del símbolo convertido en carisma personal. Pues pasa lo
siguiente: hay un individuo que en virtud de sus cualidades
extraordinarias, gran oratoria, gran heroísmo, gran futbolista y gran
todo en general, se va convirtiendo en símbolo de unión, asumiendo todas
las cualidades positivas del grupo. Quien contempla al Jefe en medio de
la multitud, entre cánticos, banderas y música militar, se siente parte
de algo importante, enorme…, siente crecer su carajo. Es ilusorio, por
supuesto. Es completamente sustituible para quienes están en la tribuna.
Por si fuera poco, él se siente dispuesto para la muerte.
A
su vez el Líder recibe de todos, porque él sí es el imprescindible.
Cada vez que se da un baño de masas, como Cristo en la Montaña, el líder
revalida su título, y se hace más y más acaparador. Entonces llega un
momento, en el que el Comandante asegura que «¡el Reino está llegando!,
¡está aquí!, ¡ya ha llegado!». Y la gente que sufre, gime y llora, la
que no levanta cabeza, la que siente gazuza, la que enferma y paga la
hipoteca, la que no duerme porque la hija no vuelve a casa a la hora, la
gente necesitada de esperanza, suspira y piensa…, «claro que sí, ¿por
qué no?».
En
ese momento, pasa el acólito con la cesta para recibir el donativo, y
el público echa hasta el último céntimo, amigos y amigas. Grita Boxer
«¡Trabajaré más fuerte!». Sale el minero cubierto de hollín al finalizar
su jornada, y pasa el Gran Jefe, le palmea la mugre y le dice «muy bien
muchacho, sigue así». Y el proletario —emocionado—, se mea en las
bragas, vuelve al túnel, y la mujer se prepara para la fecundación.
Llegado
a ese punto, ay, la cosa degenera a gran velocidad. No importa ya que
el masca sea un aprovechado, un caco, un rico como cualquier otro, o que
se folle a setecientos niños. Precisamente por ser más rico, o más
criminal que el cabrón de al lado, lo admiras más. Los defectos, siempre
se achacan a la envidia de sus enemigos, o a que es un portento, y ya
está.
Porque
un líder carismático es al prestigio lo que un empresario a la
plusvalía. El líder carismático se vuelve un agujero negro que atrapa a
todo lo que le rodea, lo devora, se traga hasta las estrellas, chupa los
esfuerzos de millones de personas, los centraliza en él. Sube a la
tribuna, grita «¡Somos el Poder!», sana a siete paralíticos, elimina una
posesión de demonios, la multitud cae en trance, y luego él baja, pasa
entre guardias armados con pistolas, uniformes e insignias, entra en la
tienda de campaña y establece cuánto vale ese burro.
Lo
malo que tienen las revoluciones, —me dijo Marlowe un día tomando
copas—, es que acaban siempre en las peores manos. Lo que es de uno es
de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
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