La demokracia para todos,
la lucha "anti-terrorista",
las masacres de Estado,
la reestructuración capitalista
y su Gran Obra de depuración social, por selección, por precarización, por normalización, por "modernización". Hemos visto, hemos comprendido.
Los métodos y los objetivos.
El destino que SE nos reserva.
El que SE nos niega.
El estado de excepción.
Las leyes que ponen a la policía, a la administración, a la magistratura por encima de las leyes.
La judicialización, la psiquiatrización, la medicalización de todo lo que se sale del cuadro.
De todo lo que huye.
Cuando el poder establece en tiempo real su propia legitimidad, cuando su violencia se vuelve preventiva y su derecho es un "derecho de injerencia", entonces ya no sirve de nada tener razón.
Tener razón contra él.
Por ejemplo, hay golpes que ya no SE nos darán. El golpe de la "sociedad".
Por transformar.
Por destruir.
Por volver mejor. El golpe del pacto social.
Que algunos quebrarían mientras que otros pueden fingir "restaurarlo". Estos golpes, no SE nos darán más. Hay que ser un elemento militante de la pequeño-burguesía planetaria, un ciudadano verdaderamente para no ver que ya no existe, la sociedad. Que ha implosionado.
Que ya no es más que un argumento para el terror de los que dicen re/presentarla. A ella que se ha ausentado.
Todo lo que es social se nos ha vuelto extranjero. Nosotros nos consideramos absolutamente desligados de toda obligación,
de toda prerrogativa,
de toda pertenencia social. "La sociedad", es el nombre que ha recibido a menudo lo Irreparable, entre aquéllos que querían que también fuera lo Inasumible. Quien rechaza este cebo deberá dar un paso de distancia. Operar un ligero desplazamiento respecto de la lógica común del Imperio y de su contestación, la de la movilización, respecto de su común temporalidad, la de la urgencia.
Volver a comenzar quiere decir: habitar esta distancia.
Asumir la esquizofrenia capitalista en el sentido de una facultad creciente de desubjetivación. Desertar pero guardando las armas. Huir, imperceptiblemente. Volver a comenzar quiere decir: sumarse a la secesión social, a la opacidad,
entrar en desmovilización, sustrayendo hoy a tal o tal red imperial de producción-consumo los medios de vivir y de luchar para, en el momento elegido, barrenarla.
Nosotros hablamos de una nueva guerra, de una nueva guerra de partisanos.
Sin frente ni uniforme,
sin ejército ni batalla decisiva. Una guerra cuyos focos se despliegan a distancia de los flujos mercantiles aunque conectados a ellos. Hablamos de una guerra totalmente en latencia.
Que tiene el tiempo. De una guerra de posición. Que se libra ahí donde estamos. En el nombre de nadie. En el nombre de la existencia misma, que no tiene nombre.
Hago la experiencia de ese ligero desplazamiento.
La experiencia de mi desubjetivación.
Yo devengo, me vuelvo una singularidad cualquiera.
Un juego se insinúa entre mi presencia y todo el aparato de cualidades que me están ordinariamente vinculadas. En los ojos de un ser que, presente, quiere estimarme por lo que yo soy, saboreo la decepción, su decepción al ver que he devenido tan común, tan perfectamente accesible.
En los gestos de otro, una inesperada complicidad. Todo lo que me aísla como sujeto, como cuerpo dotado de una configuración pública de atributos, siento que se derrite.
Los cuerpos se deshilachan en su límite.
En su límite, se indistinguen.
Barrio tras barrio, lo cualquiera arruina la equivalencia.
Y yo alcanzo una desnudez nueva, una desnudez impropia, como vestida de amor. ¿Se evade uno alguna vez solo de la prisión del Yo?
En la okupa. En la orgía. En la revuelta. En el tren o el pueblo ocupado. Nos volvemos a encontrar. Nos volvemos a encontrar como singularidades cualquiera.
Esto es, no sobre la base de una común pertenencia, sino de una común presencia. Esta es nuestra necesidad de comunismo.
La necesidad de espacios de noche,
donde podamos reencontrarnos más allá de nuestros predicados. Más allá de la tiranía del reconocimiento.
Que impone el re/conocimiento como distancia final entre los cuerpos. Como ineluctable separación. Todo lo que SE –el novio, la familia, el entorno, la empresa, el Estado, la opinión– me reconoce, es por ahí por donde uno cree que SE me tiene. Por el recuerdo constante de lo que soy, de mis cualidades, SE querría abstraerme de cada situación. SE me querría exigir en toda circunstancia una fidelidad a mí mismo que es una fidelidad a mis predicados. SE espera de mí que me comporte como hombre, empleado, desocupado, madre, militante o filósofo. SE quiere contener entre los bordes de una identidad el curso imprevisible de mis devenires. SE me quiere convertir a la religión de una coherencia que SE ha escogido para mí.
Cuanto más soy reconocida, más mis gestos se encuentran trabados, interiormente trabados.
Heme aquí capturada por la malla ultra-ajustada del nuevo poder.
En las redes impalpables de la nueva policía: LA POLICÍA IMPERIAL DE LAS CUALIDADES. Hay toda una red de dispositivos en los que me hundo para "integrarme", y que me incorporan esas cualidades. Todo un pequeño sistema de fichaje, de identificación y de ‘policiaje’ mutuos. Toda una prescripción difusa de la ausencia. Todo un aparato de control comporta/mental, que apunta al panoptismo, a la privatización transparencial, a la atomización. Y en el cual yo forcejeo.
Necesito devenir anónima. Para estar presente. Cuanto más anónima soy, más estoy presente. Necesito zonas de indistinción para acceder a lo Común. Para no reconocerme ya en mi nombre.
Para no escuchar en mi nombre sino la voz que lo llama. Para hacer consistir el cómo de los seres, no lo que son, sino cómo son lo que son. Su forma-de-vida. Necesito zonas de opacidad en donde los atributos, incluso criminales, incluso geniales, ya no se separen de los cuerpos.
Devenir cualquiera.
Devenir una singularidad cualquiera, no está dado. Siempre posible, pero nunca dado. Hay una política de la singularidad cualquiera. Que consiste en arrancar al Imperio las condiciones y los medios, incluso intersticiales, de experimentarse como tal. Es una política, porque supone una capacidad de enfrentamiento, y porque una nueva agregación humana le corresponde. Política de la singularidad cualquiera: liberar esos espacios en los que ningún acto es ya asignable a ningún cuerpo dado. Donde los cuerpos reencuentran la aptitud al gesto que la sabia disposición de los dispositivos metropolitanos –ordenadores, automóviles, escuelas, cámaras, portátiles, gimnasios, hospitales, televisiones, cines, etc.– les había disimulado. Reconociéndolos. Inmovilizándolos. Haciendo que giren en el vacío. Haciendo existir la cabeza separadamente del cuerpo.
Política de la singularidad cualquiera. Un devenir-cualquiera es más revolucionario que todo ser-cualquiera. Liberar los espacios nos libera cien veces más que todo "espacio liberado". Más que de poner en acto un poder, gozo de la puesta en circulación de mi potencia. La política de la singularidad cualquiera reside en la ofensiva. En las circunstancias, los momentos y los lugares en los que serán arrancados las circunstancias, los momentos y los lugares de un anonimato tal, de una parada momentánea en un estado de simplicidad, de un anonimato tal, la ocasión de extraer de todas nuestras formas la pura adecuación a la presencia, la ocasión de estar y ser, al fin, ahí.
El orden global no puede ser tomado por enemigo. Directamente. Pues el orden global no tiene lugar. Al contrario. Es más bien del orden de los no-lugares. Su perfección no es la de ser global, sino la de ser globalmente local. El orden global es la conjuración de todo acontecimiento porque es la ocupación acabada, autoritaria, de lo local. Uno no se opone al orden global sino localmente. Por la extensión de las zonas de sombra sobre los mapas del Imperio. Por su puesta en contacto progresiva. Subterránea.
Aprender a devenir indiscernibles. A confundirnos. Volver a degustar el anonimato, la promiscuidad. Renunciar a la distinción, Para desarticular la represión: componer en el enfrentamiento las condiciones más favorables. Volverse astutos. Devenir despiadados. Y para esto devenir cualquieras.
La crítica se ha vuelto vana. La crítica se ha vuelto vana porque equivale a una ausencia. En cuanto al orden dominante, todo el mundo sabe a qué atenerse. Nosotros no tenemos ya necesidad de teoría crítica. No tenemos necesidad de profesores. La crítica gira a favor de la dominación, desde ahora. Incluso la crítica de la dominación. Ella reproduce la ausencia. Nos habla desde donde no estamos. Nos propulsa a otra parte. Nos consume. Es cobarde. Y permanece al abrigo cuando nos envía a una carnicería. Secretamente enamorada de su objeto, no cesa de mentirnos. De ahí los idilios tan cortos entre proletarios e intelectuales comprometidos. Esos matrimonios de razón donde no se tiene la misma idea ni del placer ni de la libertad.
Más que nuevas críticas, son nuevas cartografías las que necesitamos.
Cartografías no del Imperio, sino de las líneas de fuga hacia fuera de él.
¿Cómo hacer? Necesitamos mapas. No mapas de lo que está fuera del mapa.
Sino mapas de navegación. Mapas marítimos. Herramientas de orientación. Que no tratan de decir, de representar lo que hay en el interior de los diferentes archipiélagos de la deserción, sino que nos indican cómo llegar, cómo unirnos a ellos.
Portulanos.
Fuente:Bajo Control
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