Excelente, reflexivo y provocador audio. Lo recomiendo ampliamente para meditar nuestro paradigma de lucha...
Koan
Nuestra socialización capitalista, patriarcal y
autoritaria nos ha entrenado para que nosotros mismos obstacu
licemos nuestro propio camino de lucha. Una
lucha que emprendemos inevitablemente como respuesta al malestar
generado por la misma cultura.
El primero de estos obstáculos es la noviolencia y la subjetividad ciudadanista, que nos enseña a no atacar al sistema sino a buscar el diálogo con él, colaborando en sus propios mecanismos—ya sean las elecciones, la prensa u otras instituciones. Y cuando nos amenaza con intensificar nuestra precariedad, nos enseña a reivindicar las viejas formas de explotación, como el estado de bienestar, en contra de las nuevas, en vez de buscar lo que nos va bien a nosotros y no a ellos. Al final, no es ninguna sorpresa que el Estado nos adoctrine con formas de lucha que no son capaces de amenazar la base de su propio poder.
Pero una vez superados estos obstáculos, las luchas populares demuestran una tendencia tan curiosa como trágica: la autotraición. Las pocas luchas que consiguen la fuerza colectiva necesaria para derrotar el sistema acaban restaurándolo. Ésto se puede ver en ejemplos tan distintos como el intento de los bolcheviques (que incluía, desgraciadamente, a un gran número de anarco-bolcheviques) de imponer una dictadura del proletariado; el intento de la CNT en el ’36 de evitar una dictadura mediante el camino de la colaboración en un frente unido; la evolución de las cooperativas y las fábricas ocupadas—ya sea en Mondragón, en el Torino del 1919 o en la Argentina del 2002—en otro modelo de negocio capitalista que acaba enseñando a los propios capitalistas como manejar a sus empleados de manera más productiva y menos conflictiva; y en general la recuperación por parte del sistema de una gran parte de los movimientos obreros, feministas y anticoloniales, movimientos considerados revolucionarios en sus principios.
En el fondo de esta tendencia a la derrota encontramos una contradicción en la definición misma de libertad. Por un lado, tenemos la definición occidental y democrática de libertad, construida a base de un concepto del individuo racional y a través de procesos históricos como la caza de brujas, la expropiación sangrienta de los bienes comunales, la colonización, el desarrollo de la medicina occidental y el desarrollo paralelo de la tortura, la alienación de los cuerpos y la privatización de los conocimientos.
Por otro lado, hay un concepto de libertad que queda por explorar, por expresar y por poner en práctica.
Este proceso de colonizar hasta nuestro concepto de libertad tiene un impacto actual en nuestra forma de concebir la militancia, la afinidad y la estrategia. Hasta la divergencia más evidente en los últimos años entre las posturas “sociales” y “antisociales” refleja la división de algo realmente indivisible.
El primero de estos obstáculos es la noviolencia y la subjetividad ciudadanista, que nos enseña a no atacar al sistema sino a buscar el diálogo con él, colaborando en sus propios mecanismos—ya sean las elecciones, la prensa u otras instituciones. Y cuando nos amenaza con intensificar nuestra precariedad, nos enseña a reivindicar las viejas formas de explotación, como el estado de bienestar, en contra de las nuevas, en vez de buscar lo que nos va bien a nosotros y no a ellos. Al final, no es ninguna sorpresa que el Estado nos adoctrine con formas de lucha que no son capaces de amenazar la base de su propio poder.
Pero una vez superados estos obstáculos, las luchas populares demuestran una tendencia tan curiosa como trágica: la autotraición. Las pocas luchas que consiguen la fuerza colectiva necesaria para derrotar el sistema acaban restaurándolo. Ésto se puede ver en ejemplos tan distintos como el intento de los bolcheviques (que incluía, desgraciadamente, a un gran número de anarco-bolcheviques) de imponer una dictadura del proletariado; el intento de la CNT en el ’36 de evitar una dictadura mediante el camino de la colaboración en un frente unido; la evolución de las cooperativas y las fábricas ocupadas—ya sea en Mondragón, en el Torino del 1919 o en la Argentina del 2002—en otro modelo de negocio capitalista que acaba enseñando a los propios capitalistas como manejar a sus empleados de manera más productiva y menos conflictiva; y en general la recuperación por parte del sistema de una gran parte de los movimientos obreros, feministas y anticoloniales, movimientos considerados revolucionarios en sus principios.
En el fondo de esta tendencia a la derrota encontramos una contradicción en la definición misma de libertad. Por un lado, tenemos la definición occidental y democrática de libertad, construida a base de un concepto del individuo racional y a través de procesos históricos como la caza de brujas, la expropiación sangrienta de los bienes comunales, la colonización, el desarrollo de la medicina occidental y el desarrollo paralelo de la tortura, la alienación de los cuerpos y la privatización de los conocimientos.
Por otro lado, hay un concepto de libertad que queda por explorar, por expresar y por poner en práctica.
Este proceso de colonizar hasta nuestro concepto de libertad tiene un impacto actual en nuestra forma de concebir la militancia, la afinidad y la estrategia. Hasta la divergencia más evidente en los últimos años entre las posturas “sociales” y “antisociales” refleja la división de algo realmente indivisible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar, puedes decir lo que quieras, solo trata de aportar.