Volvemos a las andadas. Nuevo
gobierno y ya tenemos nueva ley educativa (en este caso la LOMCE, Ley Orgánica
para la Mejora de la Calidad Educativa). Poco han esperado para lanzarla pero
claro es lo que tiene la mayoría absoluta, que ni se molestan en guardar las
formas.
Esto no es nada nuevo, cada
gobierno ha lanzado su reforma educativa, cada una con sus matices ideológicos
(por supuesto jamás poniendo en tela de juicio el orden establecido). Sin
embargo, estos matices son los que sirven para encender la mecha del “debate
político” y dejar de lado lo importante de la cuestión.
Ahora tocan las reválidas, la
eliminación de educación para la ciudadanía, la segregación sexista, la
exaltación de la patria… Por supuesto, toca el tema estrella cuando gobierna la
cara derechona del sistema: la privatización de la educación y el trato de
favor hacia la educación privada (mayoritariamente religiosa).
A todo esto hay que añadir el
recorte radical que sufre el presupuesto dedicado a educación y lo que esto
conlleva: menos profesorado, más alumnos por aula, no cubrir bajas, el despido
de miles de interinos, la reducción de las rutas de transporte, de las becas,
del servicio de comedor (la polémica de los tuppers es demencial). Como gran
novedad incluye un bufón como ministro de educación.
Vale decir, y que quede claro,
que entre la educación pública, tal y como se entiende mayoritariamente, y la
educación privada hay que luchar y defender la pública. La cuestión que aquí
queremos destacar es que la lucha no debe quedarse ahí.
Percibo un más que comprensible
cansancio a mi alrededor por parte de la gente que un día sí y otro también
sale a la calle a protestar contra toda la batería de reformas y leyes con las
que nos golpea el poder. El sistema ha acelerado su marcha en la parte del
globo en la que vivimos (en otras latitudes llevan siglos sufriéndolo) y la
reacción se está desarrollando a alta velocidad. Tan rápida va, que ya empieza
a desgastarse. Y es que este sistema tiene la gran virtud de haber conseguido
encauzar toda la contestación en defender cuestiones y aspectos que son
claramente favorables al mantenimiento y al reforzamiento del propio sistema.
Nos explicamos:
Llevamos mucho tiempo defendiendo
un sistema público de educación frente al modelo privatizador por el que
aparentemente apuesta el neoliberalismo. Hemos creado plataformas para ello,
hemos tragado salir con los sindicatos pactistas y con otros que claramente
trabajan para la patronal, hemos gritado, nos hemos asambleado y hemos hecho
mil y una acciones para defender esa educación pública. Sin embargo, no debemos
perder de vista que ese sistema de educación pública que defendemos no es más
que una engrasada maquinaria de fabricar millones de peones desechables para el
sistema y un buen puñado de obreros especializado y mandos intermedios que en
un futuro serán los modernos cipayos de nuestra sociedad.
Hay diferentes estrategias para
conseguir que defendamos un sistema que no es perjudicial, se mire como se
mire. En los últimos años, con la llegada de ese capitalismo salvaje llamado
neoliberalismo, ha sido el fantasma de la privatización del servicio. Esta
estrategia ha forjado la idea de que la educación va a ser exclusivamente para
ricos (siempre dentro del esquema educación igual a escolarización) y, por
tanto, favorece el surgimiento de la protesta popular a favor del sistema
educativo público para regocijo del Estado que contempla complacido cómo nos
dedicamos como posesos a defender su sistema de adoctrinamiento favorito.
En el tema educativo hemos caído
(como en casi todos los ámbitos) en la lucha por el mal menor. Decimos
aborrecer el sistema capitalista y la esclavitud y pobreza que genera y, sin
embargo, nos dejamos el aliento en ponerle parches una y otra vez, de tal
manera que al final sólo conseguimos reformarlo y reforzarlo. Transformando la
lucha social en un motor de refinamiento del sistema.
La educación es algo en lo que
hemos dado el brazo a torcer desde hace mucho tiempo. Hemos aceptado la
ecuación que propone el poder de que educación es igual a escolarización,
permitiendo de esta manera que sea el Estado el que decida qué conocimientos,
valores y actitudes debe poseer cada persona. Por supuesto, la decisión es
totalmente favorable a sus intereses y convierte el sistema educativo en el
arma más poderosa de dominación y transmite el mensaje de la necesidad que tenemos
las personas de ser enseñadas y aleccionadas en las cosas supuestamente más
importantes para nosotras. Todo este mecanismo de dominación lo envuelve el
poder con el manto del Estado social, bajo el pretexto del derecho universal a
la educación, sin embargo, lo que realmente pretende y consigue es que el
pueblo crea que no es posible la educación sin el sistema educativo estatal. Y,
así, convierte este derecho en el derecho universal al sometimiento. De esta
forma se consigue que las personas nos desentendamos de la responsabilidad de
nuestro propio desarrollo y deleguemos en el Estado paternalista. Junto a esta
enseñanza, también nos inicia en una sociedad en la que todo (valores,
capacidades, necesidades, realidades…) es susceptible de ser producido y
medido. Lo que nos lleva irremediablemente a la aceptación de toda clase de
clasificaciones jerárquicas, incluso a dar por válida y natural una sociedad
estratificada en la que tu posición depende de valores totalmente mesurables.
La escuela nos instruye para ocupar el lugar que el poder nos tiene reservado
dentro de nuestro sistema social y para saber aceptar que esa posición no
depende de cada uno de nosotros; sino que está en función de una serie de
parámetros (económicos, étnicos, origen social,…) que la maquinaria estatal se
encarga de medir y catalogar.
Por supuesto, como he dicho
anteriormente, hay que defender la educación pública. Pero hay que ir más allá
en esa defensa. Hay que crear una verdadera educación pública basada en la
participación de todos frente al modelo de expertos vigente. Hay que cambiar el
paradigma actual en el que es imprescindible la acreditación estatal de
cualquier habilidad para poder ejercerla como si el único lugar donde se puede
aprender fuera la escuela. Hay que apostar por una gestión colectiva y por un
papel protagonista de las personas que desean aprender independientemente de la
edad que tengan. Y, sobre todo, hay que dejar que sea cada cual el que decida
su camino y a qué ritmo quiere recorrerlo.
Fuente:Quebrantando el Silencio
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