Por Acratosaurio Rex
Malísimo, he estado malísimo. Se me abombó el pecho, comenzaron a
salírseme las costillas, el corazón se me bajó al ano y los pulmones
asomaron por la boca. Cuando comprobé la gravedad de mis síntomas,
adopté medidas naturistas y homeopáticas. Pero tras tener una fiebre
de cincuenta grados, impropia de un frío reptil, me acerqué al seguro,
me dieron antibióticos y se me quitó todo al momento. Sean benditos
los profesionales del seguro y su arsenal de fármacos. Bueno, tras el
artículo del Poder Popular, me pide un anónimo que desarrolle las
dificultades que tiene el llevar a cabo la revolución (así lo dice)
contra el Poder Impopular. Hay que ver lo complicado que es, hacer ver
lo difícil lo fácil que es.
Vivimos en un tiempo en el que muchos profetas señalan la conjunción
de diversas crisis: energética, social, política, económica,
ecológica... Todas las crisis se están uniendo, y es en esas épocas
cuando llegan las posibilidades revolucionarias. Puede pasar algo bueno, malo, regular, o nada. No puede saberse. Pero hay que ocupar posiciones estratégicas y tácticas, si no quieres que llegado el momento, te barran, te ignoren y se caguen en tu abierta boca, llena de tonterías.
Las tensiones son fuertes, el conformismo es grande. La gente es normalmente conservadora, reaccionaria, tiende a mantener lo que tiene
y a no meterse en líos. Solamente entra en batalla, cuando un movimiento social expone una demanda, esa demanda es visible, considerada justa y es simpática para la población. Llega un momento en que se produce una radicalización, que se suele manifestar con la ocupación de calles, institutos, escuelas, universidades y empresas.
La extensión del movimiento, hace que cada vez toque más palos, y que gente que está organizada en clubs de todo tipo, comience a ampliar las reivindicaciones. Por lo tanto, hace falta un plan.
Y ese es el momento de la unión de los revolucionarios. Mucha gente percibe la posibilidad del cambio, y va echando a un lado las estructuras del Poder, a medida que va edificando otras nuevas. Claro, las cosas se complican, porque el movimiento, aunque esté unido por intereses comunes, no es unitario. Hay facciones, hay ideas múltiples, hay mucha discusión, hay gente conservadora que pugna por representar el movimiento, por tomar las tribunas, y hablar por todos. Por eso los
revolucionarios tienen que estar firmes, convencidos de que el momento exige presentar unas ideas claras, unos objetivos a conseguir, una estrategia y una táctica para lograrlos. De lo contrario, la desmoralización popular está servida.
No lo olvidemos. El Poder siempre intenta mostrar como inevitable su
designio. Procura que no seas capaz de imaginar la posibilidad de su
ruptura, y se intenta mostrar como el único capaz de acabar con la
miseria, con la conflictividad, con la crisis. Los mandatarios
intentan sacar la protesta de la calle, y llevarla a sus
instituciones: parlamentos, diputaciones, ayuntamientos, para desde
allí alargar los procesos, marear a los disidentes, e imponer nuevas
leyes y nuevas trampas para eludirlas. Eso por una parte. Por otra
intentan comprar a los revolucionarios ofreciéndoles cargos y
prebendas. El Poder ahonda también en las diferencias, procura los
enfrentamientos entre las fuerzas revolucionarias, y socava su
credibilidad y solvencia. Y más allá de eso, castigan a los más
recalcitrantes y a sus familiares con multas, encierros, despidos,
palizas, secuestros, torturas, cárcel y muerte. El Poder carece de
escrúpulos, y solo puede ser derrotado con una mayoría clara de
personas que sepan que el Poder siempre miente sobre nosotros.
Otro obstáculo lo constituye el propio bloque revolucionario, que no
es unitario, que es diverso, y en cuyo seno se desenvuelven tendencias
autoritarias y vanguardistas. Hay grupos de esos que piensan que basta
con que en la dirección de los procesos se coloquen sus dirigentes,
para que se radicalicen las luchas. Lo cual es un error. El pueblo de
tonto no tiene un pelo, y puede llegar a la secretaría general el rojo
más rojo del planeta, que si su discurso no está en sintonía con el
momento, si el trabajo previo de base ha brillado por su ausencia, si
no hay miles de personas en sus puestos desarrollando tareas de
inteligencia, reivindicación, resistencia, apoyo mutuo, federación...
Nada va a conseguir Perico Rojete por ponerse «al frente de»... Al
contrario, de inmediato comenzará a entender los argumentos del
enemigo, y se volverá el ariete de la contra. Por lo tanto formación política, conocimiento, seriedad en el trabajo cotidiano a pie de cañón, ha de ser la consigna de los militantes.
Y otro escollo lo constituye el del bloque dogmático. Los militantes
pueden caer en la dispersión de esfuerzos, si se adscriben a un
recetario que explique de manera contundente lo que se puede hacer y
lo que no se puede hacer. La dispersión de esfuerzos proviene del
hecho de que no hay un recetario, sino muchos, y el que se apoya en
uno de ellos, de inmediato considera a los demás revisionistas y
reformistas con los que no hay que tener tratos, ya que entorpecen y
enlentecen la marcha hacia donde sea. Y eso, exactamente lo mismo, van
a pensar el resto de cocineros, que cada vez complejizan más la receta
y parten más los libros. Por ello la pregunta que hay que responder, una vez tenemos el plan, los objetivos, las estrategias, es «¿qué es lo más conveniente e inmediato para alcanzar el objetivo común que nos hemos fijado?» Porque el hambre no trae la revolución, la miseria tampoco. Las revoluciones surgen de dos movimientos: el reivindicativo y el del pensamiento. Pero para que el pensamiento levante la revolución, no se puede pensar cualquier cosa, y el militante ha de estar dispuesto a cometer sus propios errores, y no lo que diga el libro. Es muy molesto, pero hay que contar con muchísima gente que no
pensará como nosotros, y hay que meter esa pieza ajena en el engranaje de nuestro reloj, tic tac, o estar dispuestos a entrar en el de ellos tracatrá tracatrá. Así pues, valor que el lío es grande.
Por si eso fuera poco, el militante tiene que tomar decisiones muy
difíciles, en contra de poderes formidables. Es una gran
responsabilidad. Como no hay método que le otorgue la omnisciencia,
funciona a base de prueba/error. Por eso se equivoca con frecuencia, y
sus errores suelen ser desastrosos. Así que el militante, más que
avanzar sobre sus aciertos, se desliza hacia la revolución sobre sus
innumerables cagadas. O sea, la consigna es: si sale mal, no importa, asumimos la responsabilidad, nos levantamos y seguimos avanzando. Es cansado.
Todo este cúmulo de obstáculos: gente desmotivada que da la espalda a
tus actividades; fuerzas represivas que te compran, integran,
detienen, torturan, violan, encarcelan y ejecutan; luchas dentro del
bloque revolucionario que te saltan los dientes; luchas dentro de tu
propia facción que te rompen los genitales; errores y cagadas varias,
traiciones, desafecciones y fracasos encadenados…, desaliento,
desánimo, agotamiento, forman la condena del esforzado militante. Así
que al militante, hay que cuidarlo, mimarlo, amarlo, aunque falle y se
equivoque.
Contemplo ahora vuestros rostros de horror, estupor y dolor. Pero es
muy fácil. Malatesta me lo explicó brevemente en una excursión antes
de caer por un barranco, después de decirme «noi qui, noi qui» «vamos
por aquí». Me dijo que todo ese cúmulo de arrecifes, obstáculos y
barreras que se nos oponen, desaparecen ante la sencillez de este
planteamiento...
Para cambiar el mundo solo tenemos que organizarnos, y salir ahí afuera. Simplemente haciendo eso, cambia todo. Lo que es de uno es de
todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
Malísimo, he estado malísimo. Se me abombó el pecho, comenzaron a
salírseme las costillas, el corazón se me bajó al ano y los pulmones
asomaron por la boca. Cuando comprobé la gravedad de mis síntomas,
adopté medidas naturistas y homeopáticas. Pero tras tener una fiebre
de cincuenta grados, impropia de un frío reptil, me acerqué al seguro,
me dieron antibióticos y se me quitó todo al momento. Sean benditos
los profesionales del seguro y su arsenal de fármacos. Bueno, tras el
artículo del Poder Popular, me pide un anónimo que desarrolle las
dificultades que tiene el llevar a cabo la revolución (así lo dice)
contra el Poder Impopular. Hay que ver lo complicado que es, hacer ver
lo difícil lo fácil que es.
Vivimos en un tiempo en el que muchos profetas señalan la conjunción
de diversas crisis: energética, social, política, económica,
ecológica... Todas las crisis se están uniendo, y es en esas épocas
cuando llegan las posibilidades revolucionarias. Puede pasar algo bueno, malo, regular, o nada. No puede saberse. Pero hay que ocupar posiciones estratégicas y tácticas, si no quieres que llegado el momento, te barran, te ignoren y se caguen en tu abierta boca, llena de tonterías.
Las tensiones son fuertes, el conformismo es grande. La gente es normalmente conservadora, reaccionaria, tiende a mantener lo que tiene
y a no meterse en líos. Solamente entra en batalla, cuando un movimiento social expone una demanda, esa demanda es visible, considerada justa y es simpática para la población. Llega un momento en que se produce una radicalización, que se suele manifestar con la ocupación de calles, institutos, escuelas, universidades y empresas.
La extensión del movimiento, hace que cada vez toque más palos, y que gente que está organizada en clubs de todo tipo, comience a ampliar las reivindicaciones. Por lo tanto, hace falta un plan.
Y ese es el momento de la unión de los revolucionarios. Mucha gente percibe la posibilidad del cambio, y va echando a un lado las estructuras del Poder, a medida que va edificando otras nuevas. Claro, las cosas se complican, porque el movimiento, aunque esté unido por intereses comunes, no es unitario. Hay facciones, hay ideas múltiples, hay mucha discusión, hay gente conservadora que pugna por representar el movimiento, por tomar las tribunas, y hablar por todos. Por eso los
revolucionarios tienen que estar firmes, convencidos de que el momento exige presentar unas ideas claras, unos objetivos a conseguir, una estrategia y una táctica para lograrlos. De lo contrario, la desmoralización popular está servida.
No lo olvidemos. El Poder siempre intenta mostrar como inevitable su
designio. Procura que no seas capaz de imaginar la posibilidad de su
ruptura, y se intenta mostrar como el único capaz de acabar con la
miseria, con la conflictividad, con la crisis. Los mandatarios
intentan sacar la protesta de la calle, y llevarla a sus
instituciones: parlamentos, diputaciones, ayuntamientos, para desde
allí alargar los procesos, marear a los disidentes, e imponer nuevas
leyes y nuevas trampas para eludirlas. Eso por una parte. Por otra
intentan comprar a los revolucionarios ofreciéndoles cargos y
prebendas. El Poder ahonda también en las diferencias, procura los
enfrentamientos entre las fuerzas revolucionarias, y socava su
credibilidad y solvencia. Y más allá de eso, castigan a los más
recalcitrantes y a sus familiares con multas, encierros, despidos,
palizas, secuestros, torturas, cárcel y muerte. El Poder carece de
escrúpulos, y solo puede ser derrotado con una mayoría clara de
personas que sepan que el Poder siempre miente sobre nosotros.
Otro obstáculo lo constituye el propio bloque revolucionario, que no
es unitario, que es diverso, y en cuyo seno se desenvuelven tendencias
autoritarias y vanguardistas. Hay grupos de esos que piensan que basta
con que en la dirección de los procesos se coloquen sus dirigentes,
para que se radicalicen las luchas. Lo cual es un error. El pueblo de
tonto no tiene un pelo, y puede llegar a la secretaría general el rojo
más rojo del planeta, que si su discurso no está en sintonía con el
momento, si el trabajo previo de base ha brillado por su ausencia, si
no hay miles de personas en sus puestos desarrollando tareas de
inteligencia, reivindicación, resistencia, apoyo mutuo, federación...
Nada va a conseguir Perico Rojete por ponerse «al frente de»... Al
contrario, de inmediato comenzará a entender los argumentos del
enemigo, y se volverá el ariete de la contra. Por lo tanto formación política, conocimiento, seriedad en el trabajo cotidiano a pie de cañón, ha de ser la consigna de los militantes.
Y otro escollo lo constituye el del bloque dogmático. Los militantes
pueden caer en la dispersión de esfuerzos, si se adscriben a un
recetario que explique de manera contundente lo que se puede hacer y
lo que no se puede hacer. La dispersión de esfuerzos proviene del
hecho de que no hay un recetario, sino muchos, y el que se apoya en
uno de ellos, de inmediato considera a los demás revisionistas y
reformistas con los que no hay que tener tratos, ya que entorpecen y
enlentecen la marcha hacia donde sea. Y eso, exactamente lo mismo, van
a pensar el resto de cocineros, que cada vez complejizan más la receta
y parten más los libros. Por ello la pregunta que hay que responder, una vez tenemos el plan, los objetivos, las estrategias, es «¿qué es lo más conveniente e inmediato para alcanzar el objetivo común que nos hemos fijado?» Porque el hambre no trae la revolución, la miseria tampoco. Las revoluciones surgen de dos movimientos: el reivindicativo y el del pensamiento. Pero para que el pensamiento levante la revolución, no se puede pensar cualquier cosa, y el militante ha de estar dispuesto a cometer sus propios errores, y no lo que diga el libro. Es muy molesto, pero hay que contar con muchísima gente que no
pensará como nosotros, y hay que meter esa pieza ajena en el engranaje de nuestro reloj, tic tac, o estar dispuestos a entrar en el de ellos tracatrá tracatrá. Así pues, valor que el lío es grande.
Por si eso fuera poco, el militante tiene que tomar decisiones muy
difíciles, en contra de poderes formidables. Es una gran
responsabilidad. Como no hay método que le otorgue la omnisciencia,
funciona a base de prueba/error. Por eso se equivoca con frecuencia, y
sus errores suelen ser desastrosos. Así que el militante, más que
avanzar sobre sus aciertos, se desliza hacia la revolución sobre sus
innumerables cagadas. O sea, la consigna es: si sale mal, no importa, asumimos la responsabilidad, nos levantamos y seguimos avanzando. Es cansado.
Todo este cúmulo de obstáculos: gente desmotivada que da la espalda a
tus actividades; fuerzas represivas que te compran, integran,
detienen, torturan, violan, encarcelan y ejecutan; luchas dentro del
bloque revolucionario que te saltan los dientes; luchas dentro de tu
propia facción que te rompen los genitales; errores y cagadas varias,
traiciones, desafecciones y fracasos encadenados…, desaliento,
desánimo, agotamiento, forman la condena del esforzado militante. Así
que al militante, hay que cuidarlo, mimarlo, amarlo, aunque falle y se
equivoque.
Contemplo ahora vuestros rostros de horror, estupor y dolor. Pero es
muy fácil. Malatesta me lo explicó brevemente en una excursión antes
de caer por un barranco, después de decirme «noi qui, noi qui» «vamos
por aquí». Me dijo que todo ese cúmulo de arrecifes, obstáculos y
barreras que se nos oponen, desaparecen ante la sencillez de este
planteamiento...
Para cambiar el mundo solo tenemos que organizarnos, y salir ahí afuera. Simplemente haciendo eso, cambia todo. Lo que es de uno es de
todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
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