Por Acratosaurio Rex
Érase una vez un reino en el que reinaba un rey muy malo. Un día, mientras el rey cazaba, se quedó dormido en la casamata, y un elefante despistado se echó a descansar sobre él reduciéndolo a papilla junto con su acompañante, de forma que ni con la prueba de ADN fueron capaces de separar los restos. El Príncipe Heredero, atisbando gruesos nubarrones en el horizonte, abdicó y marchó con su numerosa prole, cuñados, bastardos y hermanos a Grecia. Pero como iban armados hasta los dientes y con apellidos vascos, en el control del aeropuerto la guardia civil los frió a tiros al confundirlos con muyahidines. Proclámese la República. Noooo. Los niños se salvaron.
En la República reinaba una gran zozobra. Los políticos eran corruptos, los empresarios eran corruptos, los guerreros eran corruptos… Puede decirse que tal era la corrupción, que la peste era inaguantable. Tanto vicio, hacía que el pueblo estuviese triste, oh sí: triste. Los caminos eran inseguros, el pan caro, las mujeres eran molestadas al ir a la fuente, y los ancianos carecían de dentista. Un día de protesta, una sindicalista se tiró un pedo frente las puertas de la Bolsa de Especulación, y una juez la metió en la cárcel sin fianza. La juez, firmado el atestado, iba a coger el ascensor, cuando se vio atrapada entre las puertas por el cuello, y plaf. De película de miedo. Ahogados estertores... Horroroso.
Al mismo tiempo, los gobernantes y opositores asistían al 5º Congreso de Exprimidores de Hipotecas. Allí estaban todos ellos, que si quitarles sanidad, las pensiones, las escuelas, que si subirles los impuestos... El Presidente Raja de Culo mostró entonces un sillón reclinable de pago para hospitales. Aplausos. El Presidente Raja se sentó, introdujo la tarjeta, y el sillón, por un fatídico y misterioso problema, en lugar de abrirse, se cerró sobre el pobre hombre. La escolta tiraba para sacarlo, el tipo venga a chillar, más todo fue en vano. El Presidente Raja falleció de mala manera, y tanto se calentó el sillón, que estalló incendiando el Palacio de Congresos, muriendo de inmediato todos los corruptos presentes, tanto en el poder como en la oposición, que fueron unos veinte mil diecisiete.
Los augurios eran tan nefastos, tanto rico, tanto esbirro muerto... Así que se hizo una gran misa masiva en la catedral de la Santa Eulalia, oficiada por el Papa, para quitar el mal de ojo. Desgraciadamente las hostias estaban contaminadas por un nuevo virus, se difundió de inmediato en cuantos tomaron la Sagrada Forma, muriendo en directo ante las cámaras, agarrándose las tripas, unos ciento cuarenta mil policías, tertulianos y fascistas de renombre.
Así que despavoridos, el país fue abandonado por ricos y pudientes, por brutos y bestias, por avariciosos e intrigantes, dejando en paz a los tontos, que prosperaron, vivieron felices y comieron perdices. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado al que no le guste que se joda. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
Érase una vez un reino en el que reinaba un rey muy malo. Un día, mientras el rey cazaba, se quedó dormido en la casamata, y un elefante despistado se echó a descansar sobre él reduciéndolo a papilla junto con su acompañante, de forma que ni con la prueba de ADN fueron capaces de separar los restos. El Príncipe Heredero, atisbando gruesos nubarrones en el horizonte, abdicó y marchó con su numerosa prole, cuñados, bastardos y hermanos a Grecia. Pero como iban armados hasta los dientes y con apellidos vascos, en el control del aeropuerto la guardia civil los frió a tiros al confundirlos con muyahidines. Proclámese la República. Noooo. Los niños se salvaron.
En la República reinaba una gran zozobra. Los políticos eran corruptos, los empresarios eran corruptos, los guerreros eran corruptos… Puede decirse que tal era la corrupción, que la peste era inaguantable. Tanto vicio, hacía que el pueblo estuviese triste, oh sí: triste. Los caminos eran inseguros, el pan caro, las mujeres eran molestadas al ir a la fuente, y los ancianos carecían de dentista. Un día de protesta, una sindicalista se tiró un pedo frente las puertas de la Bolsa de Especulación, y una juez la metió en la cárcel sin fianza. La juez, firmado el atestado, iba a coger el ascensor, cuando se vio atrapada entre las puertas por el cuello, y plaf. De película de miedo. Ahogados estertores... Horroroso.
Al mismo tiempo, los gobernantes y opositores asistían al 5º Congreso de Exprimidores de Hipotecas. Allí estaban todos ellos, que si quitarles sanidad, las pensiones, las escuelas, que si subirles los impuestos... El Presidente Raja de Culo mostró entonces un sillón reclinable de pago para hospitales. Aplausos. El Presidente Raja se sentó, introdujo la tarjeta, y el sillón, por un fatídico y misterioso problema, en lugar de abrirse, se cerró sobre el pobre hombre. La escolta tiraba para sacarlo, el tipo venga a chillar, más todo fue en vano. El Presidente Raja falleció de mala manera, y tanto se calentó el sillón, que estalló incendiando el Palacio de Congresos, muriendo de inmediato todos los corruptos presentes, tanto en el poder como en la oposición, que fueron unos veinte mil diecisiete.
Los augurios eran tan nefastos, tanto rico, tanto esbirro muerto... Así que se hizo una gran misa masiva en la catedral de la Santa Eulalia, oficiada por el Papa, para quitar el mal de ojo. Desgraciadamente las hostias estaban contaminadas por un nuevo virus, se difundió de inmediato en cuantos tomaron la Sagrada Forma, muriendo en directo ante las cámaras, agarrándose las tripas, unos ciento cuarenta mil policías, tertulianos y fascistas de renombre.
Así que despavoridos, el país fue abandonado por ricos y pudientes, por brutos y bestias, por avariciosos e intrigantes, dejando en paz a los tontos, que prosperaron, vivieron felices y comieron perdices. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado al que no le guste que se joda. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
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