En el libro “La
democracia y el triunfo del Estado” analizo ateóricamente los orígenes del
capitalismo, concluyendo que fue el Estado quien desempeñó el papel principal
en su génesis. En “El giro estatolátrico”
muestro que aquél, por sí mismo, se habría derrumbado en el plano mundial en la
crisis iniciada en 2008 de no ser por la intervención de los diversos Estados,
que rescataron (y continúan haciéndolo) a una porción determinante de los
grandes bancos y grandes empresas. Así les aportan el capital dinero que
aquéllos desesperadamente necesitan, el cual proviene de la explotación fiscal
de las clases populares.
Este último texto, terminado de redactar en 2009, no
recoge datos de los años posteriores, por eso ahora se entrará en esta
cuestión.
En 2010 los grandes bancos de Alemania recibieron
del Estado alemán 164.500 millones de euros, el 7,2% del PIB de ese país. Las
entidades financieras de Italia percibieron 91.500 millones de euros, el 8,65%
del PIB. Los bancos irlandeses 361.000 millones de euros, el 235% del PIB. En
España la donación del Estado a la banca fue, en ese año, de 87.145 millones de
euros, el 8% del PIB.
Todos los países de la UE conocieron tales prácticas. En Gran Bretaña el
Estado dispensó a los bancos 200.100 millones y en Francia 91.500 millones. En
la totalidad de la UE
la banca privada percibió 1,1 billones de euros de los Estados en 2010. Si
estudiamos a EEUU nos encontramos con análoga situación. En 2009 sucedió lo
mismo, sin ir más lejos, el ente estatal español aportó al capitalismo
financiero 57.400 millones de euros. Cuando se den a conocer los datos de 2011
conoceremos una situación similar. Igual está sucediendo en 2012. Y lo mismo
tendrá lugar en años sucesivos, o sea, siempre.
Por supuesto, lo dicho requiere de muchas
matizaciones: una parte de las aportaciones llegan por vías indirectas, los
organismos financieros de la UE,
un consorcio de Estados que han puesto en común una parte de sus actividades
económicas; se supone que los entes estatales recuperarán esa masa monetaria
cuando los bancos queden “saneados” (aunque pasan los años y eso no sucede,
salvo en algún caso aislado); las transferencias de capital dinero no equivalen
necesariamente a aportaciones reales de riqueza, por ejemplo, en la forma de
medios de producción, y algunos asuntos más. Cierto, pero en lo sustantivo sin
la intervención estatal año tras año el sistema bancario de Occidente se habría
desmoronado y con él el capitalismo en todo el planeta.
Lo indudable es que el capitalismo mundial se
mantiene gracias a la intervención de los Estados, un año sí y otro también.
Hay que añadir que la ayuda económica que los entes estatales otorgan a la gran
banca es mucho más variada, múltiple y voluminosa que la anteriormente
cuantificada, aunque ahora no podemos detenernos en ello.
Los Estados operan como una tremenda bomba de
succión, que explota a las clases asalariadas a través del sistema fiscal,
reuniendo de ese modo una enorme masa monetaria que, en parte, entrega luego a
la gran banca, y a la gran empresa, a través de un embrollado sistema de
subsidios y aportes a descomunal escala, por lo general difícil de conocer con
exactitud, pues la opacidad protege al orden constituido.
Un procedimiento particular es el régimen de la Seguridad Social,
que acumula en su caja de reserva una masa monetaria enorme, proveniente de la
parte de los salarios que el ente estatal se apropia como cotizaciones (unos
8.500 euros anuales por asalariado y asalariada). Estos fondos son manejados
por el Estado de manera absolutamente autónoma-despótica, sin dar cuentas de
ellos a sus legítimos dueños, los asalariados explotados fiscalmente, y los
suele utilizar, además de para autofinanciarse (pensemos en el gasto
militar-policial), para “rescatar” al gran capital bancario.
De ese modo quienes respaldan al Estado de bienestar
dan su apoyo a un mecanismo cardinal para la supervivencia de la clase
empresarial.
Ciertamente, los hechos descritos apenas nada tienen
que ver con lo que las teorías clásicas arguyen sobre la naturaleza del
capitalismo. Desde “La riqueza de las
naciones”, de Adam Smith, hasta el último libro publicado de doctrina sobre
economía, todos, con muy escasas excepciones, ofrecen una imagen ajena a la
realidad: una cosa es lo que exponen o teorizan y otra muy diferente lo que es
realmente el capital.
Adam Smith no describió lo que era el capitalismo en
su etapa inicial sino que formuló el sistema de creencias que el poder
necesitaba que el sujeto medio interiorizase sobre aquél. Sus textos son
ideología y carecen de objetividad y verdad. A Smith y a todos los teóricos de
la economía no les interesa la realidad económica, carecen de interés en
analizarla y se concentran en la propaganda y el adoctrinamiento.
Quienes creen que tales escritos exponen lo que es
el capitalismo manifiestan al mismo tiempo su tremenda ignorancia y su patética
credulidad. Uno de los campeones del fideísmo más cándido fue Marx, que admitió
los dogmas fundamentales de la economía política clásica sin cuestionar su
falta casi completa de objetividad y realismo. Eso explica que, allí donde ha
sido aplicado, el marxismo haya fracasado en el ámbito de la economía. Y, ¿cómo
puede ser tenido por revolucionario quien se limita a practicar la credulidad
más penosa?, actitud que manifiesta además una ignorancia enorme, descomunal.
Marx, en lo más importante, es un economista burgués, e incluso un burgués
dedicado a la economía como aleccionamiento y propaganda. Y sus conocimientos
de lo que es la economía real del capitalismo resultan ser menos que escasos.
Marx fue un teórico, esto es, un ignorante.
Quien cree en las teorías cree en la mentira, y
quien construye teorías construye mentiras. Mentiras que anulan la libertad de
conciencia del sujeto. Para eso son creadas.
El fin comprobable de los textos clásicos sobre
economía, escritos desde el siglo XVIII en adelante, era instaurar el
conformismo, anular el pensamiento libre y arrojar un gigantesco puñado de
arena a los ojos del pueblo pero no mostrar la verdad sobre la economía. La
causa es obvia: tal verdad es peligrosa para el orden constituido. Es a
destacar que anteriormente las cosas fueron algo diferentes. Por ejemplo, la Escuela de Salamanca de
economía, que estuvo activa sobre todo en el siglo XVI, al tener un método
experiencial apegado a la realidad logró proporcionar algunas verdades
parciales de interés. Su gran acierto en lo epistemológico fue no crear un
cuerpo de doctrina. La modernidad ilustrada y progresista ha establecido el Reino de la Mentira, vale decir,
el universo de las teorías.
Hablando en plata: las teorías económicas son un
gran error, o más exactamente, una formidable falsedad. Smith
literaturiza la economía, lo mismo que los demás teoréticos.
El desacierto, llamémosle así, principal de los
teóricos ortodoxos, en sus muchas escuelas y escuelitas, es ignorar, o en el
mejor de los casos minimizar, sin respeto por la realidad, la función siempre
decisiva (hoy más decisiva que nunca) del Estado en la vida económica.
El axioma central de todas estas escuelas, que el
capitalismo es una realidad autónoma y autocreada que opera por sí misma según
leyes inmanentes, careciendo de importancia la función del Estado, es un fiasco
y un engaño del principio al fin. La realidad muestra que no hay capitalismo
sin ente estatal, que no hay mercado sin legislación positiva, que no hay
sistema capitalista sin orden político-jurídico, cuyo fundamento último es la
fuerza, esto es el ejército y la policía.
Lo real es que el sistema capitalista, también en lo
económico, lejos de regirse por leyes
económicas impersonales, que nadie ha dictado, que están ahí y que son
independientes de la voluntad humana, resulta estar gobernado, a fin de
cuentas, por un aparato de poder que se llama Estado. Para los apologetas del
capitalismo es el mercado, como
potencia neutral y objetiva, quien gobierna la economía, y por tanto el
capitalismo, según aquéllos, es un orden sin tiranías, un régimen económico
“libre”. Eso es irreal. El mercado opera en el marco que el orden estatal establece,
de manera que no hay mercado sin Estado y a fin de cuentas todo precio es un
precio político.
Las nociones de sistema
económico y de modo de producción
son parcialmente verdaderas o rotundamente falsas según se las interprete. Si
se las concibe como creaciones complejas-finitas de las elites del poder en el
ámbito de lo económico tienen una cierta consistencia cognoscitiva. Si se les
otorga una naturaleza objetiva, autosuficiente y en sí, son meros disparates
con un significado político mixtificador y reaccionario. Lo comprobable es que
las más fundamentales leyes económicas
son las que recoge la legislación positiva.
No hay que acudir a conspiraciones para explicar por
qué y cómo la denominada ciencia
económica ha incurrido en tales dislates: basta referirse a su errada
epistemología. Desde Adam Smith en adelante el método empleado para estudiar la vida económica ha sido el
axiomático y deductivo: se formulan axiomas de forma caprichosa y tendenciosa,
para desde ellos ir extrayendo cadenas de reflexiones lógicas (esto es,
logradas según la lógica de la mente, operando conforme a formalismos que, por
lo general, no es la lógica de lo real), y eso es todo.
Lo que falta en tan falaces juegos académicos es el
estudio ateórico de la realidad, de
la situación económica como parte de la realidad política, en lo sustantivo
estatal. Eso no lo ha hecho ni lo hace ni lo hará ningún teórico, ningún
doctrinario, ningún premio Nobel, nadie que opere a la sombra del sistema
actual.
Hay, cierto es, libros mucho más modestos, que no
pretenden construir sistemas doctrinales y que no se proponen atrapar a las
mentes con teorías o magnas construcciones doctrinales, que describen
empíricamente tales o cuales partes de la realidad económica. Basta luego unir
reflexivamente esas partes para irse haciendo una idea de cómo es realmente el
capitalismo, el que de verdad existe, no las ficciones propagandísticas de los
teóricos, tan útiles al sistema de dominación.
Que hoy la fusión dialéctica entre Estado y gran
capital bancario sea una realidad clamorosa pone, una vez más, en evidencia a
los doctrinarios y a sus discípulos, los papanatas que, incapaces de pensar e
incluso de observar por sí mismos, les siguen servilmente. También desenmascara
a quienes contraponen el Estado al capitalismo, haciendo del primero el
remedio, o al menos el paliativo, de los males inherentes al segundo.
Lo que existe es un sistema de Estado-capital, en el
cual ninguna de las dos partes puede ser considerada de forma aislada. Por
ejemplo, a mediados de 2012 la banca española era el principal tenedor de la
deuda estatal de España, 195.000 millones de euros. Eso significa que hay una
corriente bidireccional de fondos, que van del Estado a la banca como subsidios
y de la banca al Estado como adquisición de deuda. Esto es: existe el par
Estado-capital pero no uno u otro aisladamente. Esa íntima unión económica
entre ente estatal y poder empresarial es la clave, en lo económico, del actual
modo de producción.
Se añadirá algo más: los bancos, aisladamente,
carecen de sustancia pues no son ni en sí ni por sí. Se dice, por ejemplo, que
la banca alemana exprime a Grecia, pero lo cierto es que tal banca no se da
como tal al margen del Estado alemán (exento y como parte de la UE). Sin las cuantiosas
transferencias de fondos realizadas año tras año por el Estado alemán a los
grandes bancos germanos éstos ni siquiera existirían…
Por tanto, quien saquea a Grecia es el complejo
formado por el Estado alemán y la banca alemana, dualidad en la que hay un
componente principal, el primero, y uno secundario, la segunda. Ambos son
responsables, y ambos han de ser considerados como realidades
interdependientes.
Antes se apuntó que los bancos españolas son los principales tenedores de deuda del ente Estado
español. Conviene precisar que lo son porque toman fondos del Banco Central
Europeo al 1% y los prestan al Estado a un interés variable, que podemos situar
en un 4-5% de media. Ese es su negocio, el hacer de intermediarios entre una
institución estatal, el Banco Central Europeo, que es el banco de los Estados
que admiten el euro como moneda, siendo el emisor oficial de dicha moneda, y
los Estados particulares. Por tanto, dependen de las estructuras estatales para
adquirir y para colocar el capital dinero, lo que indica que dependen de manera
doble de aquéllas, lo que les sitúa muy lejos de dominarlos, como afirman los
economicistas de toda laya. Cuando aquel Banco presta directamente a los
Estados la función de la banca privada se esfuma. Y no lo hace siempre porque
los artefactos estatales necesitan del capital bancario, y por eso los
mantienen con operaciones como las descritas, bastante inútiles y artificiosas
en sí.
Veamos otro error: Se dice que los bancos son más fuertes que los Estados, y que los dominan (tal
es la ortodoxia del economicismo socialdemócrata más “radical”) porque están
endeudados con la banca. Pero ¿cómo es eso posible si los bancos no existen,
nunca han existido y jamás podrán existir por si mismos? Si el Estado griego
está endeudado con la banca alemana, siguiendo con el ejemplo de arriba, lo que
en realidad sucede es que está endeudado en primer lugar con quien
sustenta y nutre año tras año a la banca
alemana, el Estado alemán, ¿o no?
La fuente primera de ingresos de los Estados es el
sistema fiscal, la explotación directa de los trabajadores (aquí faltaría decir
contribuyentes, los trabajadores son una parte solamente) por el régimen
tributario. El endeudamiento con los bancos es siempre secundario, pues de ser
principal, ¿cómo podrían aquéllos recuperar los créditos otorgados a los entes
estatales si no hubiera otra fuente determinante de ingresos para éstos, los
impuestos?
Por tanto: a) los aportes tributarios son lo
decisivo de todo Estado, y el endeudamiento lo secundario, b) los bancos, al
exprimir a los Estados débiles operan como agentes e intermediarios de los
Estados fuertes.
No comprender que siempre, y hoy más que nunca, el
sistema económico toma una forma dual, Estados más gran capital
inextricablemente unidos, lleva a la política socialdemócrata a loar lo público, esto es, al Estado, como
positivo y remedio de lo privado,
esto es, del capitalismo. Pero dividir en el discurso lo que en la realidad
está unido, es más, fusionado, es un error morrocotudo. Quienes defienden lo público, por ejemplo, las empresas de
capitalismo de Estado, las Cajas de Ahorro en su versión clásica, las
Fundaciones estatales, etc. forman la burguesía de Estado, que explota a los
trabajadores a través del sistema fiscal y de la plusvalía extraída en las
compañías públicas, medran y se
enriquecen con el incremento del poder económico del ente estatal. Los partidos
de la izquierda son en los que se organiza la burguesía de Estado y quienes
desean formar parte de la burguesía de Estado.
El Estado, además de ser un formidable poder
político, militar, policial, judicial, mediático, educativo, aleccionador,
funcionarial, religioso, administrativo y de otros tipos es el primer poder económico de las sociedades contemporáneas. Se
apropia de entre el 40% y el 60% del Producto Interior Bruto, según el país, lo
que logra a través de la explotación fiscal y de la explotación directa de
quienes trabajan en empresas públicas
(estatales), que hoy en España emplean al 25% de la mano de obra asalariada.
Ningún banco, ninguna gran familia, ninguna sociedad secreta o semi-secreta,
tiene el poder que tiene el Estado, ni siquiera en lo económico.
En consecuencia, todo “anticapitalismo” que no sea
antiestatal, y que no actualice su comprensión del capitalismo, pasando del
doctrinarismo al realismo, es un modo de defender el capital, al salvaguardar
su fundamento último, el Estado. A éste le respaldan: a) quienes le apoyan, b)
quienes no lo denuncian y le combaten, c) quienes le ponen la etiqueta
apologético de público. Los que se
encasillan en los puntos b y c son los mejores defensores del aparato estatal
en la hora presente, por tanto, del sistema capitalista.
Una conclusión más se extrae de lo expuesto: el
capitalismo no se derrumbará jamás mientras siga existiendo el Estado, pues
éste, como hizo en 2008, les dará sustento y lo mantendrá en pie incluso cuando
esté exhausto y en ruinas. Lo cierto es que el Estado ha existido sin el
capitalismo, por ejemplo en Roma, en el siglo XV, etc., pero no se conoce
ningún caso en que el capitalismo pueda existir sin el Estado. Eso es del todo
imposible. En este asunto no se da la aporía sobre quien fue antes, el huevo o
la gallina: el Estado fue antes, mucho antes, que el capitalismo. Y ha sido su
principal causa agente.
Fuente:Esfuerzo y servicio desinteresados
Un libro: "La conspiración de los ricos" de un autor "nipoamericano" (un hijo o nieto de japoneses nacido en EU) Robert T. Kiyosaki es muy interesante y contiene algunas lecturas que podrían serle de utilidad. Está en internet y sería muy bueno su comentario.
ResponderEliminarUn saludo del Perú.
aralwi13@yahoo.es
Gracias por tu comentario y recomendación Armando.
EliminarLeí hace años el primer libro de este autor: Si desea ser Rico y Feliz ¡No vaya a la Escuela! (1992).
Me pareció un libro de cabecera para los animadores, vendedores de cualquier tipo, estudiantes con SUEÑOS por delante y gente que tiende al pensamiento mágico-religioso.
Kiyosaki es un maestro en este sentido, pero ha habido muchos antes que el. Tienen exito entre las millones de gentes que ante no entender el origen de su miseria y sufrimiento, buscan respuestas en las "ganas", "optimismo" o pensamiento "Winner" empresarial.
Si me lo permites, me gustaría recomendarte a su vez la serie de videos de una ponencia que en verdad creo es muy, muy buena y que nos ayuda a entender mejor el como funciona y de donde viene nuestra vida con los supuestos designios que tipos como Kiyosaki jamás cuestiona, critica ni pone en tela de juicio...Cómo hacerlo si dejaría de vender tanto.
Las conferencias aquí:
http://www.youtube.com/watch?v=tRmVyQUfvXIlist=PL9USi5SS4NR9Iwf2cfanSSB6PZxJqdIMh
Te darás cuenta como esto de "todos podemos hacernos ricos" es un juego demoniaco, un sinsentido, una paradoja y lo más certero...una burla.
Aún así pongo en mi lista de interés tu recomendación.
Gracias por tu comentario...