Por Acratosaurio Rex

Rosa  fue la pequeña de tres hermanas y nació el 23 de abril de 1924 en Puertollano. A los  tres o cuatro años, por las dificultades de la época, pasó a vivir con una tía paterna (1), que convivía a su vez con la abuela de ella. Desde bien pequeña aprendió a leer y a escribir, su abuela la enseñó a ambas cosas y ella ayudaba a los vecinos de la calle a redactar las cartas que enviaban a sus familiares.
Su padre era un minero anarquista afiliado a la CNT, y en la casa de su abuela donde ella vivía empezaron a reunirse los anarcosindicalistas del pueblo cuando con lo de la Ley de Asociaciones prohibieron el sindicato en la Dictadura de Primo, por lo que tuvo contacto suficiente con los anarquistas como para no confundir y apreciar el término durante toda su vida.
Al contrario que sus hermanas mayores, que sí vivían con sus padres, ella tuvo la oportunidad de asistir y aprender en una escuela libertaria, de donde guardaba muy buenos recuerdos, como la convivencia mixta, las excursiones y la relación con compañeros y maestros (2). Cursó en aquella escuela hasta los quince años, y estaba interesada estudiar medicina, pero la derrota en la guerra civil de 1939, que trajo como consecuencia la encarcelación y el fusilamiento posterior de su padre por haber organizado una colectividad minera, lo truncó. También cuentan sus hermanas que "alguien" derribó una avioneta nazi a tiros...
De la requisa fascista, Rosa consiguió burlar varios libros y documentación escondiéndolo todo tras unos ladrillos en el corral de la casa de sus tíos, adonde después ocultaría también las cartas que su padre enviaba desde la cárcel. Después del fusilamiento de su padre, su madre y hermanas tuvieron que irse a trabajar a Madrid, mientras ella quedó con su abuela y tíos, donde Rosa colaboró con los maquis mientras los hubo. Muchas madrugadas llamaban a la puerta falsa de la casa los del monte, y solían aparecer por allí uno o dos hombres, a los que  les preparaba de comer y les daba ropa limpia y seca, para que a las dos o tres horas volvieran a salir con todo el sigilo y se marcharan.
Vivió en aquellos tiempos viendo como detenían y mataban a mucha gente que ella consideraba buena. Pasó su adolescencia sin poder superar ese trauma de los asesinatos, y consiguió no volverse loca refugiándose en los libros y en la escritura y la poesía, junto con el deseo y la necesidad adquiridos en aquella escuela, de trabajar la memoria y la ampliación de conocimientos para ejercitar la mente. Estas experiencias la volvieron una mujer algo dura. Ella decía que el dolor era algo personal, de cada uno, y que no se debía transferir ni descargar a los demás. Por eso era incapaz de llorar ante otras personas, por más inabordable y desalentadora que fuese la situación a la que se enfrentase. Solo releyendo la correspondencia de su padre desde la cárcel, alguna vez se permitió romper la tensión que le agarrotaba el pecho y soltar unas lágrimas (3).
De ahí que para poner un parche a las penas, emplease el humor, la risa, un tanto socarrona, tal vez cáustica y picante, sorprendía a propios y extraños con esa cualidad tan suya, de tomarse a broma los desastres. Mantuvo durante esas décadas, una actitud reivindicativa, insobornable, combativa contra las injusticias que le iban saliendo al paso, tanto en talleres y empresas, como con las autoridades. Protestataria como era no se callaba ni una en pleno franquismo, empleaba todos los recursos a su alcance para lograr sus objetivos, defendiendo su dignidad sin menoscabo. O como fuera.
Todos esos enredos y vericuetos en los que se metía, desarrollaron en ella una cualidad muy apreciada: la del silencio. Guardaba un secreto con más seguridad que la caja de un banco Suizo. Podía estar tranquilo el que confiase en ella para ocultar, tapar, esconder lo que se le confiase. Nunca dijo una palabra de más, y jamás nadie pudo sacarle un dato de interés que pudiese ser comprometido.
Tuvo tres hijos e hijas. Como madre se licenció con matrícula de honor, y con sus hijos tuvo las habituales refriegas y diferencias de la adolescencia. Vivió hasta los cincuenta años en la casa de sus tíos, en Puertollano, hasta que tras la muerte de su marido y su hijo mayor, se trasladó a vivir, con su tía y sus hijas a Elche.
Al año siguiente o a los dos años, volvió a legalizarse la CNT y tanto ella como su hija mayor se afiliaron y asistieron a las asambleas. Siempre se ocupó de sus hijas y nietos hasta que, a punto de cumplir los ochenta y ocho años, fue intervenida de un cáncer de colon que terminó con su autonomía y pasó sus últimas semanas necesitando asistencia permanente en su domicilio, de su familia y del personal sanitario, aunque hasta el final conservó la serenidad y una lucidez y una memoria extraordinarias. Murió en su casa.
Sus últimas palabras, un par de minutos antes de morir, fueron: «Hay que tener el alma al aire, el corazón fuerte y la mente despejada». Fue una digna representante de las ideas, una de las nuestras, una roca en la borrasca, heredera de una tradición de anhelo de libertad y de justicia social. Rosa hizo su viaje en esa máquina del tiempo que nos lleva del nacimiento a la extinción, como anarquista, como revolucionaria, como madre, como trabajadora y combatiente. Sirvan estas letras de homenaje a una de las que, aunque hagan historia, no las nombra la Historia. Buenas noches Rosa (4), quien no duerme, reposa. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos esde nadie, lo ue qes de nadie es de uno.


NOTAS


 




María Rosa Domínguez García-Moreno 1924-2012